Lou

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A mediados de enero, el aspecto Diego había cambiado. No era un esqueleto andante, sino más bien un chico un poco normal que hacía todo lo posible para mantener su talla. Las preocupaciones siempre eran terribles para su salud, por lo que siempre pedía doble ración.

Intentó despejarse la cabeza, pero la falta de una señal de vida de Dani se la ponía difícil. Poco a poco, en esos días que había comenzado a tocar en el bar de Manuel dicha actividad se volvía en el único momento en el que podía olvidarse de eso por un tiempo. Al principio se puso nervioso, tenía miedo de no ir con el ritmo del resto de instrumentos, después lo intentó solo y tembló aún más, pero lo hizo bien.

Poco a poco logró sentirse cómodo con el hecho de que le aplaudieran, se sentía halagado; y la conversación con su amigo era lo mejor, antes de que Pablo pasara por él para volver a casa juntos. Renato, Matías y Esteban habían ido un par de veces para escucharle, solo o acompañado tocaba la guitarra. Se había quedado con ellos una tarde entera charlando. Lo mismo había pasado con Eraldo y Pilar quienes sin saberlo también hacían olvidar un poco a Dani.

Había olvidado lo que era tener verdaderos amigos. Y era para curioso para Diego que fuera la cosa más sensacional que había sentido jamás: un apoyo incondicional.

Todos le habían ido a ver, incluso Antón y Diana a quienes tuvo que decirles que Dani estaba ocupado con un trabajo y que no habían podido quedar en esos días. A Diego no le importaba mentir, tal acción le había sido natural por años. Pero se sentía tonto al tener que mentir por alguien quien no se lo había pedido. Peor aún, odiaba mentirse a él mismo. ¿Y si Dani ya lo había olvidado? Pero no era posible, tenía que haber un cierre. No quería pensar que Dani era capaz de eso.

-Bueno. Esta es una ventaja de trabajar aquí -dijo Manuel poniéndole una cerveza mientras el turno terminaba, sentado a la barra.

-Gracias.

-Oye, que quería decirte algo. Más bien proponerte, no. Mejor dicho vengo a exigirte que empieces a cantar.

Manuel había sido el segundo en notar que la sonrisa de Diego era diferente. Su expresión era más sencilla e implicaba muchos menos músculos. En ese momento también le llamó la atención, ya que no era como si hubiese perdido la alegría, más bien parecía que ya no la exageraba para hacerla notar.

-Pues... ahora que lo mencionas, me agrada la idea -tomando el vaso para levantarla en el aire y chocarlo con el de su amigo a modo de trato.

A pesar de eso, Diego seguía transitando en una delgada línea entre la tristeza y la decadencia que esta provocaba. No recordaba la última vez que se había sentido así de perdido en el tiempo. Aunque, nunca antes había pensado tanto en una sola persona. Salió de su clase de la mañana a principios de febrero y buscó un lugar donde sentarse. Tenía pocos ánimos de sentarse sólo en una mesa del comedor al aire libre, así que buscó

Miró su móvil y vio la notificación de un mensaje de Pablo. Le había enviado un link. Con todo lo que le estaba pasando se había olvidado de escuchar la canción con la que España participaría ese año en Eurovision. Levan  to ala mirada y vio a Pablo correr hacia él.

-¿Has visto?

-Lo estoy viendo recién.

-Pues espera un poco que lo pongo en la tablet -dijo sacando la suya.

Ambos chicos se tumbaron en el césped y se pusieron un casco cada uno.

-¿Crees que el último traje sea un Dior? -preguntó Diego cuando el vídeo había terminado.

-Y yo que sé -dijo guardándola y mirando la hora. Aún faltaba para su siguiente clase.

-Deberías tocar una canción de él en el bar -dijo cinco minutos después de estar recargados en otro contra el otro.

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora