Verano

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Cuando Diego volvió a casa su padre no estaba. Seguro había ido a ver a su editor. Su padre era editor en una editorial importante desde que era joven, además de hacer trabajos por su cuenta de traducción de griego, inglés e italiano y de ser profesor en la universidad a la estaba por entrar.

Con su padre había pasado buenos momentos durante los años de viaje en que se hizo cargo de él hasta la fecha, en que decidió quedarse en Madrid para que ambos sentaran cabeza y comenzaran a llamar "hogar" a un sitio estable.

Pegó el nuevo dibujo que había hecho durante su clase cerca de su cama. Después de un bosquejo de una playa, que había dibujado hace nueve meses cuando su padre lo había llevado a Málaga. Respiró profundo y se quitó la camisa para coger del perchero un chaleco a rayas que también ocultaría su gato, cambió su boina por un sombrero pequeño que puso detrás de la cabeza, dejando al frente mechones que iban a todas direcciones. Alimentó Milo y se percató de su propia hambre.

Se dirigió a la cocina decidido a hacerse un batido. Jamás había sido una persona saludable como para rechazar comida más sustanciosa que vegetales y frutas. Pero la verdad era que odiaba cocinar, no porque no se le diera, sino más bien era porque su madre había descubierto de esa fascinación que lo metió en cursos en los cuales ella misma le había exigido la perfección a su hijo de 10 años en cada platillo que le hacía, al grado de desquiciarlo por completo por no lograrla satisfacer del todo.

Y era una pena para él mismo. Recordaba con cierto cariño aquel momento en que su padre y él cenaban en un restaurante del hotel en el que se hospedaban mientras esperaban a su mamá.

"Sabe extraño" dijo el pequeñín de Diego tras tomar un trozo de tarta que le habían llevado de postre, "creo que le hace falta vainilla". Su padre llamó al camarero y le hizo saber sobre la falta de aquel ingrediente y poco después tenían al mismísimo chef frente a ellos. Diego lo miró con la misma admiración que otros chicos veían a los policías o doctores.

"Así que ha sido usted el jovencito que ha notado la ausencia de vainilla en el postre" dijo aquel chef con su torpe español, algo que hizo que Diego soltara una risa y asintiera con la cabeza, "pues mil disculpas por el infortunio y tengo la forma de compensarlo, claro que si tu papá te da permiso, te puedo dar un recorrido por la cocina". Su padre le dijo que sí y Diego siguió al chef, quien le mostró ese exótico ecosistema, blanco, ajetreado y muy estimulante que había quedado fascinado hasta que su madre se enteró.

Y ahora, por ello, se dedicaba a hacer recetas simples que no requerían grandes técnicas, pero sí que tenían cierto punto de laboriosidad para no perder la habilidad. Conectó su móvil a la bocina Bluetooth decidido a pasar un tiempo a solas mirando Instagram mientras terminaba su batido, pero no por mucho tiempo.

-Perdona el retraso -escuchó a su espalda. Su padre llegaba con una bolsa de la compra en la mano y su maletín en la otra. De la bolsa de la compra sacó tuppers con comida china.

Diego sintió un profundo alivio, ya que una de las muchos aprendizajes que le había dejado ese día aquel chef italiano que le inyectó ese gusto fugaz por la cocina y la comida, cuyo nombre no recordaba salvo el hecho de que estaba casi seguro de que su apellido terminaba con "si", había sido que la comida debía hacerse y consumirse en ambientes alegres, de lo contrario se convierte en grasa. Así que no estaba seguro de querer volver a siquiera comer solo de nuevo.

Antón lo sabía, pero también se había obligado a comer con su hijo siempre porque quería recuperar los años qué pasó alejado de él. Querían estrechar esos lazos que a veces los hacían todavía sentirse alejados del otro.

-Bueno -sentándose a la mesa de la cocina mientras abría los tuppers y su hijo sacaba la loza para comer -, ¿cómo fue ese primer día?

Y cómo si fuesen palabras mágicas, hicieron que en el rostro de Diego se formara una sonrisa y se soltara antes de ponerse a charlar de su día. Lo hacía sentir bien poder hacer algo que le gustaba y compartirlo incluso de manera hablada con su padre que era con el que más había hablado en toda su vida en tan poco tiempo de haberse reencontrado.

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora