Diego lo llevó a una hamburguesería cerca de su casa, disfrutando del paseo, ya que las pocas nubes que había en ese cielo casi despejado ocultaba el sol, lo que ayudaba más a ver.
Siempre había sido un poco torpe al cambiar sus lentes por gafas de sol. Porque si bien sus ojos tenían un color muy singular también resultaban un problema por la falta de melanina tanto que se volvían sensibles al sol y que eran bonitos pero poco útiles sin lentes. Lo que lo había llevado a varias veces cuando niño perder sus lentes para ver.
Por su parte Matías estaba encantado por aquella invitación. Parecía que por fin un poco de la burbujeante personalidad de Matías había permeado en la suya, ya que tenía el mismo animo que el chico frente a él. Quien le contaba cómo había fascinado a todos con el primer capítulo de su historia.
Y ese animo era generado porque Matías había conseguido que Diego se riera con él. Por lo menos hasta que sonó su móvil.
-¿Te importa si alguien más nos acompaña? Está cerca y estoy seguro que te va agradar.
Diego comenzó a agobiarse un poco. Si le disgustaban las sorpresas, las sorpresas anunciadas le causaban pavor, jamás estaba listo para una y menos con un completo desconocido con quien debía comenzar de cero a entablar una relación normal.
-Claro -se limitó a responder mirando a su alrededor.
-Te va agradar, tiene tu edad -respondiendo a su tío con la dirección del local.
-Seguro -dijo tomando de la mesa el menú para revisarlo.
Cinco minutos después un saludo poco usual se escuchó delante de ellos:
-¡Pero Madrid es más pequeño de lo que pensaba!
-René -poniéndose de pie para saludarlo y caer enganchando en ese abrupto choque de pechos que se convirtió en un abrazo.
Diego se sentía intrigadísimo por aquella confianza que cualquier persona parecía adoptar con él.
-Pero no habías dicho que conocías a este crack del dibujo -saludó a Matías, sin despegarse de Diego,
Matías se quedó impactado por más de una razón, comenzando por una afirmación vergonzosa: ¿Diego sabía dibujar bien como para que fuera llamado un crack? Pensaba que enseñar a niños pequeños cualquiera lo podía hacer. Y la segunda:
-¿Ya os conocíais?
-Claro. Él ha hecho el dibujo del martillo que te he mostrado. Y que fascinó a Fabián -llamando la atención de Diego con un toque leve en el hombro -. Pero la verdad es que no me dijiste tu nombre.
-Diego -respondió lo más normal posible.
-Diego. Un placer volver a verte de nuevo.
Diego se sentía cómodo por aquellas palabras, pero si Renato le hubiese dejado un segundo más su mano en su pecho y si se hubiese quedado colgado de su hombro, habría mostrado su incomodidad de una forma bastante abrupta. Pero no fue así, Renato se sentó y le dio una palmada para dejarlo por fin.
-Así que este es tu sobrino.
-Sí. No es una monada -revolviendo el cabello de Matías. -¿Ya habéis ordenado algo?
-No. Estábamos por hacerlo.
Media hora después, Diego estaba escuchando anécdotas de algunas travesuras que Matías había hecho con su tío. También él compartió una ocasión, cuando era más pequeño, de unos siete años, que puso a todo un teatro de cabeza por esconderse debajo de un vestido con una amplia crinolina de varillas que había decidido adoptar con un campamento secreto en medio de la selva. Una anécdota que cuando la contó notó que había sido así de divertida.
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Detrás del caleidoscopio
Teen FictionDiego no era un chico normal. Y lo sabía porque cada mañana tenía que ocultar esas cosas que lo volvían particular, cosas que no eran vergonzosas pero sí que causarían muchas preguntas y qué hacían que refiriera vestir de negro a donde quiera que fu...