Cordialidad

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Una de las cosas más apabullantes para Diego, era ver a las personas normales hacer una vida sin presión alguna. Aquellos a quienes no les costaba soltar una sonrisa honesta, ni detenerse a hablar por horas con alguien con quien te acabas de cruzar por la calle, o a entablar una relación, como una amistad, con alguien completamente ajena a ellos ignorando la forma en que reaccionaban a su forma de ser, eran personas de las que se sentía celoso.

Para él soltar un simple saludo era la cosa más difícil del mundo porque lograba ver en las personas una ansia de recibir estímulos y conservaciones que lograban bloquearlo, porque más que ser una persona reservada, mantenía secretos que lo limitaban cuando intentaba relacionarse. No porque fueran malos, pero odiaba que las personas se rieran o minimizaran aquello que él valoraba.

Pero esa mañana, en que todos esos pensamientos lo estaban consumiendo al ver el bullicio en el que estaba inmerso, apareció aquella persona con la que esos secretos no serían un problema. Porque justamente aquel chico, que seguía todavía sin creerse que estaba en Madrid cumpliendo su sueño, era parte del más arraigado pasado. No entendía, ni quería hacerlo, aquel impulso que le provocaba Pablo, podía volver a salir lastimado pero algo dentro de él lo hacía seguir ese impulso.

-¡Hola! -dijo dando un salto a su vera.

-Diego, hola -sintiendo los brazos de Diego rodear su cuerpo. No recordaba esa efusividad y honestamente no creía que la mereciera. Y estaba dispuesto a saber por qué a pesar de todo, la recibía, porque realmente lo necesitaba.

-Oye, por qué...

-¿Por qué te ves genial con esa playera? -mirándolo -. Porque tiene ese cerebro increíble y ese azul me encanta.

-¿De verdad? -viéndola emocionado. Había tenido sus dudas cuando la compró, pero ahora confirmaba que era genial y podía lucirla orgulloso.

-Claro que si. Me encanta, y le va muy bien a tu piel -invitándolo a sentarse en un banco cercano.

Pablo se percató que Diego tampoco era el chico desagradable que solía aparentar. Incluso con esas gafas de sol parecía una persona dulce con una mirada demasiado expresiva inclusive oculta.

-¿Por qué llevas gafas de sol? ¿Quieres hacerte el interesante?

-Tengo que usarlos. La falta de melanina hace que el sol me maree, si no los uso por la tarde me ves en la cama con una migraña -soltando una risa -, y son como una maldición porque mi padre no los tiene así que los heredé directo de mi abuelo.

-Es una gran carga.

-Exacto -soltando una risa.

Hubo un silencio que se llenó con una pregunta que desde el día anterior rondaba en la cabeza de Pablo:

-¿Por qué eres bueno conmigo?

Diego miró lo serio que se había puesto para formular la pregunta, tanto que la respuesta ameritaba verlo directo a los ojos.

-¿Hubieras preferido que nos liáramos a mamporros en mitad del campus el primer día? -haciéndolo reír -, no. Lo soy porque sé que tú no querías ser malo conmigo.

Pablo miró los ojos color azul éter de Diego. ¿Cómo podía estar tan seguro de eso, eran sólo niños? Pero recordó que Diego sólo había sido un chico sentado a la derecha de un matón, y que por su propia experiencia, fue quien dictó cómo comportarse durante ese tiempo.

-¿Sigues teniendo contacto con Nicolás?

-No. No terminamos bien... -poniéndose serio al hablar de quien había llamado por largo tiempo mejor amigo -, yo toqué fondo y me di cuenta de que no quería ser siempre así. Él no lo entendió y... nunca lo volví a ver. ¿Y tú, sigues en contacto con Jorge y Alex?

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora