Diego estaba de nuevo en Milano. Había pasado el Año Nuevo ahí con su madre, en una fiesta que había organizado su despacho. Había echado de menos a su nueva familia, ya que su madre poca atención le había dado.
Durante su viaje en avión, había creído que había sido buena idea ir a ver lo que las universidades en las que había crecido podían ofrecerle ahora que era un poco mayor y había dejado de tenerle miedo a los pasillos en los que siempre se perdía.
Pero cuando llegó todo volvió a ser como antes. Su madre ya había hablado con alguno directores y les había mostrado su libreta de dibujos, incluso ella en algunos había marcado ciertos errores que ella misma había visto. No perdió tiempo en mostrar algunos de ellos sentada en su escritorio. Le dijo que algunos de sus amigos estaban más que dispuestos a recibirlo como un pupilo a quien adiestrar para mejorar su trabajo.
En Año Nuevo no dejó de charlar de él como si no estuviera. Escuchó más defectos que virtudes en sus comentarios acerca de su trabajo; aceptó halagos que rápidamente eran aterrizados por su madre para que no se perdiera en ellos. Incluso volvió a ver a la madre de Eraldo y a un montón de personas que no eran de su agrado. Pensó en volver, pero le había prometido a su madre revisar las opciones, tal vez no era del todo mala idea estudiar en una universidad italiana.
Fue hasta la noche anterior en que llegó a pensar que había sido el error más grande que había cometido, porque después se enteró que ese día tendría un montón de entrevistas con los directivos de algunas universidades, en las que su madre había dejado en claro sus intenciones de buscar una beca si era necesario y matricularse lo más pronto posible. Una decisión que no había pasado por sus manos.
Ahora estaba sentado de nuevo a los pies del Domo, viendo la cantidad de turistas que se movían por aquella plaza. No recordaba que fuera así. Pero curiosamente no se sentía como un turista. Había pasado el tiempo suficiente como para moverse con soltura por esas calles. Había aprendido a no tener miedo entre tanta gente que no hablaba su mismo idioma, había aprendido a estar solo hasta ese momento. Seguía viendo su reloj, tenía un par de horas antes de la primera entrevista.
Si bien sabía apañárselas por si mismo, jamás pensó en Milán como una casa o un lugar donde hacer su vida. Por lo menos no como lo era Madrid. Ahí ya lo tenía todo y no le hacía falta de nada. Ahí tenía a tantas personas que le querían y le apoyaban que no podía sacarse de su cabeza el querer volver ahí.
La lejanía había provocado una gran confusión en la cabeza de Diego. Pero entre todo ese conflicto, había alguien que lo hacía no perder los pies en que esa podría no ser la vida que necesitaba y ese era Dani. Había pensado en él cada noche desde que había llegado y paseaba solo por esas calles, no podía entender por qué ahora la soledad le pesaba demasiado.
Por un momento su corazón se estremeció. Recordó su vida y no supo en qué momento se había convertido en el chico que era ahora; ya no era tan delgado ni tan vanidoso; ya no le daba igual donde se encontraba y con quien se relacionaba. Y a pesar de tanta gente conocida, por primera vez tuvo miedo de haber conocido a Dani y reencontrarse con Pablo. Tenía miedo de perderles y no volver a verles. Jamás había tenido problema con dejar de ver a alguien, había sido habitual en su vida por años, pero ahora era diferente.
Soltó un suspiro y sonrió levemente. Ahora todo era diferente. Era alguien más resuelto y capaz de tomar desiciones. Así que lo hizo. Dejó de lado ese miedo y estaba dispuesto a encarar ese error que había cometido. Cerró su libreta y se puso de pie. La metió en su bolso cruzado y se puso de pie.
Llevaba un pantalón verde olivo con pinzas italianas que resaltaba su delgadez al tener el tiro alto, a juego con una playera a rayas blancas y negras de manga larga. En su cabeza una boina inglesa cubría parte de su mirada. Cogió un taxi y llegó hasta el trabajo de su madre. Todos le conocían así que no tenían problema alguno por dejarle pasar.
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Detrás del caleidoscopio
Novela JuvenilDiego no era un chico normal. Y lo sabía porque cada mañana tenía que ocultar esas cosas que lo volvían particular, cosas que no eran vergonzosas pero sí que causarían muchas preguntas y qué hacían que refiriera vestir de negro a donde quiera que fu...