Minerva

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Dani había quedado con su hermana para tomar el almuerzo antes de ir a la academia para dar sus clases. Se seguía sintiendo incómodo ocultándole que había vuelto con Diego. No sabía cómo iba a reaccionar, de cierto modo le tenía miedo. ¿Qué tal si luego hacía algo peor que mentir para separarlos? Pero tenía que intentarlo.

-Sabes que Diego...

-¿De nuevo hablado de ese idiota? -saliendo del restaurante en el que habían comido. Era uno de los favoritos de Lidia.

-No es... -intentando defender a su novio, pero fallando.

-Tendrías que cambiar tu número de móvil.

-Sí, no puedo hacer eso porque...

-Tú mismo. Me tengo que ir -deteniéndolo para ponerse frente a él y abrazarlo. Dani no pudo sentir la calidez que Lidia había intentado transmitirle porque era muy poca y algo insípida.

Lidia caminó hacia la boca del metro más cercano y dejó ahí a Dani en mitad de Gran Vía, en donde comenzó a andar en dirección de Alcalá del lado de donde pegaba el sol, pero Leslie lo detuvo sujetando su brazo y lo sacó de sus pensamientos que se estaban quemando con el sol que le daba de frente

-Ven -mirando a todos lados antes de cruzar la calle al lado frío y sombreado de la calle.

Dani no entendió pero lo siguió sin más. No tenía nada que perder y quería hablar con alguien.

-Cálmate -dijo Leslie mientras cruzaban. Parecía ausente y ligero que cuando terminó de cruzar chocó contra alguien pero no lo sintió. Leslie no se podía creer lo cruel que podría llegar a ser Lidia con su propio hermano. Paty nunca lo había hecho sentir mal o lo había maltratado. Sintió lástima por Lidia, sabía que ese comportamiento era de alguien sumamente inseguro, pero no podía hacer nada. No era su amigo y no lo sería nunca solo por ese detalle.

Leslie era alguien fácil de impresionar y la Gran Vía tenía todo lo que necesitaba para entretenerse por horas paseando por ahí. Entraron en la casa de comidas que tanto le gustaba y en donde ya le conocían.

Era agradable el trato que recibía y el que daba que se reforzaba la relación con el encargado de la zona del bar: le ayudaba a sentarse y le ofrecían el menú, que amablemente esa vez rechazó con toda la elegancia que desconocía Dani que tenía su acompañante.

-Eh, picaremos algo. Jamón, salmón y tostas con tomate. Dos raciones y -pensándolo un segundo -, ah. Vermut, me apetece un vasito. ¿Tú?

-También.

-Eso chinga -dijo mirando su móvil, enviaría un último mensaje antes de ponerse con el tema que tenía frente a él.

-¿Qué significa eso? -preguntó extrañado.

-No tengo idea, una vez se lo escuché decir a Diego -viendo la eficiencia con la que habían llevado el vermut y cuenco con chips. Agradeció y estuvo a punto de empezar a hablar, pero Dani se anticipó.

-¿Cómo huyes de la oscuridad? -preguntó tomando un trago de esa bebida.

-Entrando en la luz y no salir de ella.

-Es muy fácil eso -dijo en tono derrotado.

-Claro que no lo es. La luz exige un solo sacrificio, que me parece que ya lo llevas muy bien: seguir las normas. Yo nunca he levantado una mano en contra de nadie, por mucho dolor que me haya hecho. No atacamos con lo mismo que nos dan.

De nuevo el camarero se acercó a ellos con dos fuentes y se alejó. Leslie le ofreció que comiera un poco antes de seguir charlando. Había salido de una función de cine en el Círculo de Bellas Artes y tenía hambre. De lejos amaba con locura la comida española, que aunque sencilla tenía mucho más sabor que la inglesa o la francesa. Le encantaban los bocatas de jamón y de salmón. Por él lo comería diario el resto de su vida. Y el jamón serrano lo mejor que pudieron haber inventado después de la paella.

Detrás del caleidoscopio Donde viven las historias. Descúbrelo ahora