✝ Capítulo I ✝

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Las campanas sonaron en la parroquia, para los niños ya era hora de ir a casa luego de las clases de catequesis.

—¡No olviden aprender el acto de Contrición para la próxima semana! —profirió el padre Juan simpáticamente mientras despedía a cada niño con un beso en la cabeza.

El joven sacerdote no podía evitar sentir las miradas lujuriosas de las madres de los chiquillos, quienes cuchicheaban sobre él.
Suponía que nada bueno escondían aquellas miradas de deseo carnal hacia él, y suponía bien. La parte más incómoda para Juan, era justamente la despedida de los niños, no por ellos, si no porque debía toparse con aquellas madres que se lo comían con la mirada.

Una vez que todos los niños partieron, se dispuso tranquilamente a ordenar los utensilios que usaron para la merienda. Cuidadosamente lavó cada taza rápidamente, y guardó todo en la alacena de la pequeña cocina que allí estaba.

Ordenó prolijamente los libros de catequesis, y se dispuso a cerrar la puerta del gran salón parroquial. Ya era hora de la misa de "completas", esta era a las 8:30 de la noche.
La misa fué totalmente normal, como siempre, solo unas dos personas se confesaban luego de la misa y unas pocas más comulgaban, eso era una gran preocupación para Juan, no había dudas, la fe se estaba perdiendo.
A pesar de sus esfuerzos, a pesar de preparar elaborados sermones para cada misa, no lograba que más personas se acercaran a Dios.
Esa noche luego de una cena liviana, se dispuso a dormir, no sin antes orar una vez más agradeciendo a Dios,el haber concluido un día más de vida y pidiendo misericordia por las almas del purgatorio.

Se le presentó escalofrío que le recorrió su espina dorsal.
Un sentimiento de desasosiego le penetró su corazón, no sabía exactamente por qué, pero decidió que al día siguiente comenzaría un ayuno y una vez más, como siempre, ofrecería sus sufrimientos en reparación por los pecados de las pobres almas purgantes.
Estaba sin saberlo, haciendo el acto de amor más grande que se puede hacer por el prójimo difunto. Y Dios estaba siendo testigo de todo ello.

En los profundos y oscuros lugares de una iglesia en Roma, se estaba gestando una misión, que por mandato de Dios, el padre Juan debía aceptar, a pesar de los muchos desafíos y consecuencias que esto traería a su vida.

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora