Capítulo XXV

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Ambos padres se encontraban en plena misa de las tres de la madrugada. 

Algo extraño estaba sucediendo. 

La figura negra que siempre se sentaba en el último banco de la iglesia, ahora podía verse más nítida. 
De hecho, se notaba que se trataba de un hombre muy bien vestido de traje negro. 
Esta vez ya no se sentían tan incómodos con esa presencia.

Una vez que finalizaron la santa misa, aquél hombre trajeado se acercó junto a ellos.

Los pobres sacerdotes casi no podían  articular una sola palabra. 

-os tengo que agradecer su hermosa ayuda -habló con acento español. -mi nombre es Francisco Duran y era de Sevilla. 

-Gloria a Dios, no tiene por que agradecernos pero, ¿por qué estuvo en el purgatorio y por cuanto tiempo? -preguntó Juan. 

-he muero en 1964, y desde allí me he sentido solo y sin la presencia de Dios, cuando estaba vivo, concurría a misa todas las semanas, pero nunca le he prestado atención, ni siquiera había comulgado. En verdad no sabía la importancia de adorar la Eucaristía, no lo supe hasta que morí. Pero ahora gracias a vosotros y a la Infinita misericordia de Dios, podré descansar. 

A ambos jóvenes se le inundaron los ojos de lágrimas, era tanta la emoción que Juan no dudó y lo preparó para comulgar. 

-¡el cuerpo de Cristo! -dijo entregándole la ostia consagrada a aquel individuo. 

-Amén -profirió antes de recibir el Sacramento. 

Tras haber conversado un poco más con el hombre, ambos sacerdotes escoltaron al hombre hasta fuera de la iglesia, incluso abriendo la reja. Lo despidieron muy felices, y el hombre con una gran sonrisa caminó unos pasos y desapareció ante los ojos de los emocionados padres. 

Ingresaron rápidamente a la iglesia, ya que se sentía mucho frío. 

No podían creer lo bien  que se sentía ayudar al prójimo sin pedir nada a cambio. La satisfacción era enorme. 

Cerraron muy bien las gruesas puertas colocándole el gran seguro detrás de ésta. 
Caminaron por el pasillo, dirigiéndose hacia sus habitaciones. 

-descansaré un momento… -. Dijo el joven alemán 

Juan entonces se propuso recorrer el lugar, en realidad no sentía sueño. Despidió a su ayudante y luego volvió a la iglesia. 

Denuevo algo lo perturbó, oyó un lamento que él pudo reconocer enseguida, era aquella joven religiosa, la pudo observar al final del último banco de la iglesia. 

La joven aún seguía tomándose el vientre y observaba con suma pena al sacerdote. 

Juan no hizo otra cosa que arrodillarse ante el altar y comenzar a rezar un Santo Rosario. 

Al culminar con la oración, volteó a ver si ella seguía ahí, pero ya no estaba. 

Suspiró, colgó su Rosario a un costado de su sotana y caminó recorriendo cada rincón, sobre todo tenía curiosidad de bajar a aquel sótano, pero algo le decía que no lo hiciera, no aún. 

Estaba por ingresar a su habitación, cuando de repente escuchó un llanto desgarrador, esta vez venía desde el gran patio trasero. 

Todo estaba en penumbras, pero él, con mucho coraje, caminó lentamente saliendo afuera. 

El viento frío silbaba como si lo hubiera llamado, y él respondido… 

Allí, casi serca de la gran gruta, pudo ver a un hombre sentado sobre el césped, llorando con sus dos manos ocultando su rostro. 

"Juan no… " Le pareció escuchar una voz tras él, que se mezclaba con el viento. 

El joven volteó, pensó que quizás había alucinado y puso toda su atención en aquel hombre que lloraba. 

A paso lento, pero seguro, se acercaba hacia aquel hombre. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora