capítulo XXXVI

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Sin perder un segundo, Gianmarco caminó rápido hacia el lugar, el camino esta vez le parecía más largo de lo normal. 
Una vez que llegó guardó cuidadosamente el archivo y se dispuso a volver, las luces comenzaron a parpadear una vez más. 

<<No, Dios mío, no ahora.>> pensó aquel hombre. 

Siguió caminando a paso rápido, las luces se bajaron de repente. El hombre ahora asustado observó a su alrededor, no podía ver nada. 
Las luces volvieron a encenderse y Gianmarco preso del terror comenzó a correr, sintió que trás él había alguien. 

Se detuvo y no pudo evitar voltear. 

Sus ojos se abrieron sobremanera al igual que sus labios. 

Ante él tenía al mismísimo Pío X, mientras las luces parpadeaban, este papa vestido tal cual el día de su coronación, levantó su mano derecha y con dos dedos elevados, bendijo al atónito sujeto. Era él, no había dudas. Gianmarco corrió con todas sus fuerzas y salió de allí. 
Al llegar a la sala, buscó desesperado a un guardia suizo que se encontraba en el pasillo, antes de entrar a los archivos, le pidió que por favor lo acompañe. El joven no se negó, aunque no entendía bien el por qué del susto de aquel sujeto. 

Volvieron juntos a la sala, la luz funcionaba de maravilla. Pudo seguir con sus investigaciones acompañado del guardia.
El investigador hizo una búsqueda rápida, el programa de la computadora buscó entre muchos escritos que ya estaban escaneados y subidos en archivos digitales.

Lo que descubrió lo dejó aún más sorprendido. 

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Al día siguiente, temprano:

El cardenal hizo algunos llamados internacionales, habló con los obispos de las diócesis de ambos sacerdotes. Luego buscó en la computadora y efectivamente, ambos eran auténticos sacerdotes. 
Se dispuso a hacer unas anotaciones, cuando de repente vió frente a sus ojos, como su taza llena de café, se movía sobre el escritorio. 
El hombre no podía creer lo que veía, hasta que la taza salió volando a toda velocidad estrellándose contra la pared. 

El cardenal se asustó tanto que salió por unos momentos de su oficina. 
Luego de unos minutos, ya más tranquilo, ingresó denuevo pero no se atrevió a contarle a nadie el extraño suceso. 


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Esa tarde:

Los jóvenes Juan y Berger volvieron a las oficinas del Vaticano ansiosos de saber que habían investigado sobre las cartas. 

Cuando ingresaron a la oficina, notaron que el cardenal ya estaba acompañado por el investigador. 
Ambos hombres se veían serios, sus gestos denotaban miedo e incertidumbre. 
Invitaron a ambos curas a sentarse ante ellos. 

Hubo un silencio sepulcral. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora