capítulo XL

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Los jóvenes vieron la figura de un Monje parado en medio de la escalera con una pequeña lámpara cuyo interior tenía una vela, la cual iluminaba escasamente. 

—¿padre Juan es usted? —dijo una voz temblorosa. 

—¿fray Galdino? ¿Sos vos? —le contestó Juan

—¡padre Juan! Sí, soy yo. 

Todos subieron arriba. 

Berger observó de forma extraña a Juan. 

—ah, fray Galdino que susto, pensé que se trataba de otra persona, ¿Pero que hacés tan temprano acá? Todavía es de día, pensé que solo venías a la medianoche a limpiar el altar. 

El Monje lo miró extrañado. 

—padre Juan, es medianoche ya. 

—¿qué cómo que es medianoche? —se sorprendió el argentino. 

—¿qué? —exclamó Berger.

Los  curas corrieron hacia el altar y vieron las puertas abiertas de la iglesia, se podía ver que ya era de noche. 

—¡pero no puede ser, bajamos y apenas eran las una de la tarde! —decía preocupado el rubio. 

 

—algo anda muy mal, no puede ser —dijo Juan preocupado —. Perdón, no los presenté, fray Galdino, el es Berger mi ayudante, Berger él es el monje del cual te hablé, el que todas las noches limpia el altar. 

El monje hizo una reverencia a modo de saludo. 
El joven Alemán se mantuvo callado, sin dejar de mirar de modo extraño a Juan. 

—¿qué pasa padre Berger, no lo va a saludar? 

—ah, si… hola, un gusto —dijo arrugando el entrecejo —. ¿Sabe qué padre Juan? Iré a descansar un poco, me siento realmente mareado. 

El rubio se fué tomándose la cabeza con ambas manos. Caminaba tambaleándose un poco. 

—¿lo ayudo padre Berger? —le preguntó Juan, pero no hubo respuesta. 

—¿por qué me miró así tan mal? —dijo el monje un tanto triste. 

—no sé, anda raro últimamente, puede estar riendo y de repente cambia la expresión de su cara a una seria.

—qué extraño, bueno, voy a limpiar el altar —dijo el fraile con ánimos de empezar, comenzó a cantar el Padre Nuestro en latín. 

Mientras, Juan procedió a cerrar las rejas de la iglesia, y luego la puerta de madera, la cual rechinó como nunca. 
Volvió hacia el altar y acompañó al fraile con su canto. 
Ambos cantaban alegres alabando a Dios, mientras el eco se hacía presente por toda la iglesia. 

Juan lamentaba no poder ayudarlo, pero era la penitencia del fraile. 

El cura se puso de pie, acercándose hacia el joven pero de repente una sombra negra y muy alta lo empujó de tal manera, que casi golpea su cabeza contra la pared. 

—¡Dios mío! ¿Qué fue eso? —gritó el monje corriendo hacia Juan. 

—¿lo viste? Una sombra negra me empujó —decía al tiempo que se ponía de pie. 

Repentinamente se escucha un grito ensordecedor, era Berger. 

—lo siento, me voy de aquí —dijo Fray Galdino asustado sobremanera. 

El monje corrió hacia el patio y Juan corrió también pero al cuarto de Berger. 
Podía escuchar como el rubio gritaba de espanto. 

—¡padre Berger, abra la puerta! —gritaba desesperado. Pero la puerta estaba trabada. 

—¡auxilio padre Juan… ! —gritaba Berger. 

—¡Dios mío, Jesús mío, ayúdanos! —decía Juan nervioso intentando abrir la gruesa puerta. Hasta que por fin la pudo abrir y vió al joven tendido en la cama sin poder moverse, sus ojos estaban llenos de lágrimas, su sotana estaba hasta arriba de la cintura, y de su entrepierna caían algunas gotas de sangre. 

Juan intentó moverlo, pero el cuerpo de Berger estaba muy rígido. Lo tomó por los hombros y lo sacudió, pero nada. El rubio miraba fijamente el techo sin pestañear. 

El argentino tomó desesperado una pequeña botella con agua bendita, se volcó un poco en su mano y le hizo la señal de la Cruz sobre la frente. 

—en el nombre de Dios padre todopoderoso, te ordeno que dejes en paz el cuerpo de este pobre hombre —decía con su voz temblorosa, ni siquiera sabía hacer un exorcismo, pero lo intentó de la desesperación que sentía. 
Al instante el rubio pudo moverse y abrazó a Juan tembloroso.

Ambos lloraron. 

—¿qué le pasó? Por amor a Dios… —le dijo tomándolo del rostro con ambas manos. 

—¡sáqueme de aquí, quiero volver a mi casa! —lloraba Berger. 

Ambos fueron a la cocina por un vaso con agua. 
El rubio bebió desesperado. 

—¿qué pasó Berger? por amor a Dios —le dijo tomándolo de los hombros. 

—comencé a sentirme extraño, estaba en la habitación recostado y se apareció ante mí un hombre, un hombre que lo cubría solo una túnica negra trasparente, él luego se quedó desnudo ante mí y…

—¿y? Por favor siga… 

El rubio lloraba. 

—no podía moverme y él desnudo se acercó a mí, levantó mi sotana y… —su llanto interrumpía el relato—. Intentó, intentó practicarme sexo oral. 

Juan abrió sus ojos sobremanera, tembló de miedo, pero no lo dijo. 

—¿y después que pasó? 

—solo me mordió la entrepierna, hasta que pude gritar, padre Juan no sé si voy a poder soportar más esto, siento mucho miedo. 

—eso nunca —lo interrumpió—. Nunca tenga miedo, recuerde la reliquia que nos dió el padre Joüet, tengala siempre a su lado, ahora permiso, voy a ver… 

Juan le levantó la sotana, pudo ver que el rubio tenía mordiscos en sus piernas y algunos en el abdomen, pero no en sus genitales. 

—¿qué fue eso padre Juan? ¡ayúdeme! 

—creo que te atacó un íncubo. ¿Pero porqué un hombre? 

Berger se mantuvo callado. 

—como sea, esta noche más que nunca tenemos que realizar una misa, es más, hagámosla ahora —dijo Juan firmemente. 

Ayudó a Berger a curar sus heridas y fueron juntos a realizar la Santa misa. 

Esa noche el rubio descansó en la habitación de Juan junto a él, pero no durmió casi nada. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora