capítulo XXII

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Lo que vió Juan ante sus ojos, lo dejó en estado de shock, ahí estaba ella. 

Su mirada era triste y profunda. Seguía tocando su vientre, ahora con ambas manos. Podía verse que sus blancas mejillas, estaban manchadas de lágrimas secas. 

Ahora ya no sangraba, pero el gran dolor que sentía, podía percibirse hasta en el ambiente. 
Juan no pudo evitar sentir empatía por aquella muchacha. 

-¿que fué lo que le pasó hermana? -. Preguntó entre lágrimas. Ella no contestó. Solo lo seguía observando. Dios no le dió permiso de hablar, no aún. 

De repente aparecieron el padre Berger con aquél hombre de traje y se despidieron. 

 Fué solo un segundo, en el que Juan miró como ese hombre se iba. 
Rápidamente volvió su mirada hacia el lugar donde instantes antes se encontraba la religiosa. 

Ya no había rastro de ella. 

Berger hizo una leve sonrisa. 

-tengo que enviar una carta hacia Alemania. 

Juan lo observó atónito. 

-¿ese hombre, está en el purgatorio? -interrogó

-Si, y en uno muy duro. Me contó que estando en vida él se quedó con unas tierras que le pertenecían a su hermano, necesita que le devuelvan a su hermano lo que él le robó. 

-¡Dios es tan misericordioso, que permitió que este señor pueda reparar lo malo que hizo! 

-así es, ya tengo todo anotado, solo debo enviar la carta. Además está a solo tres misas del perdón. 

-que bueno, gloria a Dios -. Profirió Juan algo triste, el joven alemán no pudo evitar preocuparse. 

-padre Juan, lo noto extraño. ¿Ocurrió algo? 

-otra vez ella… 

-¿la religiosa? ¿Le hizo algo? ¿Lo lastimó? -preguntó con horror. 

-no, solo empecé a orar y después de llorar un rato, se calmó. Se acercó a mí y… solo se quedó mirándome, ahora ya no sangraba, pero su pena era tan grande... lo ví en sus ojos. Quería decirme algo, pero no pudo. 

-entonces, en las próximas misas pediremos por estas almas benditas que están sufriendo. 

-sí hermano, así será -dijo ya calmado. 

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Pasaron las horas, Berger ya había escrito y enviado por correo aquel recado importante. Sabía que quien lo recibiera, le parecería una locura, pero estaba en ellos el creer o no. Lo más curioso fue que ese hombre había vivido a solo diez kilómetros del pequeño pueblo, donde vivía el padre Berger, antes de ser llamado para 

custodiar el sagrado corazón del sufragio. 

Luego de la última misa, que pasó tranquilamente, a pesar de que la figura negra apareció en el último banco, 

se dispusieron a descansar. 

Ya habían asumido que esa especie de hombre sombra, por alguna razón, siempre presenciaba la última misa, y siempre ubicado en el último asiento.

Una vez que finalizaba el acto religioso, la figura simplemente se iba. 

Ya en sus habitaciones, Juan se sentía algo ansioso. Quería interrogar al Frayle de la medianoche y preguntarle sobre el antiguo párroco. 

Berger por su parte, estaba algo temeroso. Quizás aquel enojado niño se haría presente esa noche y debía estar preparado. 

Un profundo sueño, los invadió rápidamente y casi al mismo tiempo ambos padres se quedaron dormidos profundamente. 

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Un viento frío sopló fuertemente. La noche era lúgubre y silenciosa. 
Afuera, en la vereda de aquella iglesia, el hombre del sombrero reía malvadamente, deseoso de poder ingresar a la parroquia. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora