Capítulo XV

59 17 3
                                    


El joven Alemán corrió con todas sus fuerzas hacia su habitación, preso del pavor. El padre Juan fue tras él preocupado. 

—¡padre Berger, por favor habra la puerta! —Vociferó al tiempo que golpeaba la gruesa puerta de roble. No pudo hacer más que abrir el mismo la puerta, y encontrarse a el joven rubio con expresión de completo terror en su rostro. 

-¡padre Juan, esto no puede estar pasando, dígame que esto no está pasando… ! - exclamó con respiración acelerada. 

El joven argentino lo tomó del rostro con ambas manos y lo miró a los ojos. 

-¡padre Berger, esto es real. El purgatorio, es real. Y tenemos que estar juntos para ayudar a esas pobres almas. Somos su única ayuda, por favor, tenés que ser fuerte! - le dijo sin tratarlo de "usted" Por primera vez desde que lo había conocido. 

 El joven alemán calmó su respiración, y suspiró cerrando sus ojos. 

-padre Berger, Jesús está con nosotros, lo sentí en la misa, el guiaba mis manos en el momento de la consagración. No hay de que temer.

-es verdad, yo… yo lo ví, lo ví detrás de tí, era él, era Jesucristo -expresó olvidando el susto que pasó hace apenas un instante. 

Recordar haber visto con sus propios ojos a Jesucristo, lo hizo perder el miedo. 

-padre Berger, por favor no tenga miedo -dijo Fray Avelino entrando a la habitación -. Usted junto al padre Juan, han sido de gran ayuda para nosotros, gracias por haber orado el Santo Rosario para alivio de nuestras almas. Mi congregación y yo, jamás dejaremos de orar a Dios por ustedes. Ahora debemos ir con Dios. Jamás los olvidaremos. 

Los tres se tomaron de las manos. Y en paz, el abad desapareció junto a su congregación. 
Los jóvenes sacerdotes se abrazaron emocionados una vez más. Luego suspirando, se calmaron y fueron hacia la iglesia. 

Estaba completamente vacía, asique Juan aprovechó para ir a la oficina de la parroquia y tomando el teléfono, decidió  llamar a Buenos Aires. 

Del otro lado del teléfono, la voz de su amigo, también sacerdote, se escuchaba un tanto preocupante. 

Le comunicó al padre Juan, que el crucifijo de su habitación, había sangrado y que cuando fué a buscar a un catequista amigo, que justo estaba en la parroquia, al volver a la habitación ya no tenía sangre, su amigo desde Buenos Aires sonaba tan convincente, que Juan no dudó de él. 

Tomó esa señal como un aviso de que se vendrían tiempos difíciles. Pero sabía que con la ayuda de Dios, y junto al Padre Berger, podrían resistir. 
El joven argentino, no se atrevió a contarle los extraños sucesos que le ocurrieron al llegar a Roma, en cambio sin quererlo, cometió un pecado que todos hemos cometido alguna vez. Mintió diciendo que todo estaba bien, y que nada extraño pasó desde su llegada, cuando claramente, sucedió todo lo contrario. 

 Una vez finalizó la llamada, su corazón se llenó de preocupación. 
A pesar de ello, el resto del día, pasó tranquilamente, y en paz. 
Hasta que llegó la noche y la hora de dormir. 
Luego de la última misa, se dispuso a descansar, ya que a las tres de la madrugada, curiosamente le tocaría dar misa. 

Pero esa medianoche, algo interrumpiría su sueño. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora