Capítulo IV

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Los oscuros y brillantes ojos del padre Juan, miraban penetrantes el lente de la Cámara fotográfica que tenía frente a él.

Las pequeñas fotos 4x4  dejaban ver en todo su esplendor el joven rostro del sacerdote, junto al alza cuello que portaba su sotana.

Era el momento en el que se estaba realizando el pasaporte.

En una semana, llegaría por correo a la parroquia. Y tras sacar pasajes (ida y vuelta), junto con hacer una reserva en un hotel de Roma, todo estaría más que listo para su arduo viaje.


Toda la comunidad de la parroquia se reunió, y en un evento "sorpresa" Despidieron al padre Juan. No faltaron las lágrimas y la emoción. No estaba muy en claro cuando volvería, pero ninguno se perdió de saludarlo, y desearle suerte y bendiciones en su nueva misión.


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Días después, Juan se encontraba en su habitación, preparando una maleta con sus pocas, pero necesarias pertenencias.

Ya tenía en su poder los pasajes y el pasaporte que le había llegado por correo.

Suspiró observando toda su pequeña habitación, la extrañaría muchísimo al igual que su querida parroquia.

Se inclinó hacia la Cruz que tenía en la cabecera de su cama. Se persignó ante Jesucristo con gran devoción.


—Que se haga tu voluntad, señor Dios mío, protégeme y guíame en esta misión —susurró, sus ojos lagrimosos se volvieron hacia el rostro sufriente de Jesús crucificado, quién parecía mirarlo.


Juan se puso de pie y tras secarse sus lágrimas, se retiró de su habitación contemplándola por última vez.


Una espesa gota de sangre comenzó a caer de una de las heridas de Jesucristo, en la pequeña cruz de la habitación... Seguida de otra más.

El pequeño crucifijo se llenó en un período de cinco minutos, en un charco de sangre que emanaba de cada herida de Nuestro señor Jesucristo.

El pequeño crucifijo se llenó en un período de cinco minutos, en un charco de sangre que emanaba de cada herida de Nuestro señor Jesucristo

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Fuera de la parroquia, Juan abrazó a su amigo también sacerdote quién se quedaría por un tiempo allí en la iglesia, hasta que llegara otro enviado por el obispo.

Luego de la triste despedida, Juan junto con sus bolsos, fue hacia la casa de sus padres. Se despidió de ellos con mucha emoción y antes de partir hacia el aeropuerto, tomó la carta, aquella que había llegado desde el Vaticano. Allí había un número teléfonico, Juan lo marcó desde el teléfono de sus padres.


—Sacro cuore di suffragio... —atendió una gruesa voz masculina que dio escalofríos apenas se escuchó.

—Emmm... Soy Juan... Juan Aguirre, recibí una carta desde ahí... —profirió el joven con voz temblorosa, confundido pensando que su interlocutor no le entendería una sola palabra.


—¡Oh, padre Juan qué gusto poder oírle! —habló el hombre en español pero con acento francés—.  Sí sí, ¿Usted ya está próximo a viajar? 


—¡Sí, de hecho llamaba para avisar que hoy mismo voy a tomar el vuelo hacia ahí! —contestó ya un poco más relajado.


—¡Gloria a Dios! no se preocupe, en cuanto pise el aeropuerto alguien lo estará esperando para conducirlo hasta aquí.


—¿Cómo van a saber cuando llego? ¿Tengo qué volver a llamar por teléfono?


—¡Oh no padre, no se preocupe por nada más, alguien estará allí para escoltarlo hasta el sagrado corazón del sufragio!


Juan arrugó el entrecejo, le pareció muy extraño.


—Bueno, gracias por su atención, solo quería avisar de mi viaje... —dijo Juan un tanto confundido.


—¡Gracias al cielo, que Dios nuestro padre le proteja durante todo el viaje y lo bendiga cada día de su vida! —la gruesa voz de aquél hombre, cambió de un tono sombrío a uno de felicidad.


—¡Gracias igualmente, Dios lo bendiga siempre!


Ambos dijeron adiós y la llamada finalizó.

Un sentimiento de paz inundó el cuerpo y alma de Juan.

Seguido de una alegre ansiedad por seguir el mandato divino.


Tomó un remís hasta el aeropuerto, no sin antes abrazarse con sus padres y hermanos.


Al llegar allí, mientras los empleados del aeropuerto chequeaban su maleta, divisó a lo lejos al sujeto de negro.

Ahí estaba de nuevo ese extraño hombre con sobretodo negro y sombrero.

Juan lo miró serio, no era tonto. Sabía que seguramente ese sujeto no era humano, si no una presencia que quería infundirle miedo, con el fin de que no cumpliese su misión.


Cuando todo estaba listo, Juan volvió su mirada hacia donde estaba el hombre de negro, pero ya no lo vio.


Al subir al avión  no hizo otra cosa que rezar y disfrutar del vuelo, ya que era su primera experiencia viajando en dicho transporte.

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora