Capítulo II

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Unos fuertes golpes en la puerta de su habitación despertaron a Juan muy transpirado, el calor que sentía era agobiante.

Al abrir sus ojos, los golpes cesaron.

Algo lo llevó a dirigir su mirada hacia el crucifijo que tenía sobre su cabeza. Sin levantarse observó el sufriente rostro de Jesús. Era como si este lo observara. En los dos  años en el que vivió detrás de esa iglesia, nunca había visto el rostro de Jesucristo así con su mirada tan baja, justo como observándolo a él.

Además ¿Quién podría haber golpeado la puerta, si él era el único que habitaba ese lugar?

Se incorporó sentándose en la cama y notó que efectivamente, el aire acondicionado estaba apagado. Cosa muy extraña, el verano en Buenos Aires ya se aproximaba, y él recordaba haberlo dejado encendido.

Bebió un sorbo de agua de un pequeño vaso que siempre dejaba colocado en la mesa de luz, y se dispuso a tomar una ducha.

Eran las 6:30 de la mañana.

Luego vistió de sotana y se colocó el alzacuello.

Unas gotas de perfume no le harían mal, asique se colocó un poco sobre el cuello y sus muñecas mientras se miraba al espejo, desde este vio el reflejo del crucifijo sobre su cama, de nuevo un escalofrío le caló los huesos, el rostro sufriente de Jesús crucificado, ahora parecía observarlo con el rostro más arriba, además los ojos parecían más abiertos de los que él recordaba.

Lentamente se dio vuelta, ¿Qué estaba pasando? ¿Acaso era una ilusión óptica que la imagen de Jesús lo siguiera con la mirada, incluso girando la cabeza?

En completo silencio dio dos pasos sin quitar la mirada de la pequeña cruz...

De repente un sonido fuerte lo hizo saltar del susto, era su teléfono móvil.

Se precipitó hacia la ventana y abrió la cortina, dejando que la claridad del día penetrara en la habitación, como si eso le fuera a quitar el miedo e incertidumbre que sentía.

Tomó el móvil y algo lo sorprendió sobremanera.

Era un mensaje del obispo de su diócesis, citándolo cuanto antes a su oficina, ya que debía darle una importante noticia.
No le envió de que se trataba, pero si que era algo muy urgente.

Pero entonces ¿Quién abriría la iglesia ese día y atendería a los feligreses?

Tuvo que llamar a un amigo sacerdote de la zona para que, por esa mañana, cuidara el templo.
Por supuesto que el otro sacerdote no tuvo problemas en hacerlo, y así el padre Juan se dispuso a tomar un autobús, hasta las oficinas de la diócesis.

El viaje solo fue de 20 minutos, pero los suficientes para que toda la gente que viajaba en el autobús, lo mirara con cierta extrañeza.
¿Acaso les parecía raro ver a un sacerdote tan joven? Solo Dios sabía la respuesta.

El calor ya se hacía sentir un poco más en Buenos Aires, asique una vez que bajo del autobús, se dirigió hasta las oficinas tan rápido como pudo.

—¡Padre Juan, tanto tiempo! —exclamó el obispo al verlo entrar a su oficina, luego de que una religiosa lo hiciera pasar

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—¡Padre Juan, tanto tiempo! —exclamó el obispo al verlo entrar a su oficina, luego de que una religiosa lo hiciera pasar.

—¡Obispo Nannini, buenos días! Así es, tanto tiempo... no nos vemos desde las pascuas ¿no?

—¡claro que sí, vení tomá asiento! ¿Querés mates con facturas? —le ofreció amablemente el hombre

—¡No gracias, hoy empiezo un ayuno!

—¡¿Ah sí?!  bueno entonces ¿mate?

—¡Bueno, a eso no me puedo negar! —rio Juan.

Ambos hombres, muy animados tomaron asiento junto al escritorio.

El obispo comenzó a cebar el mate.

—Juan, te cité porque ayer a la noche, pasó algo muy extraño.

El joven sacerdote frunció el entrecejo.

—¿Y qué pasó? —dijo con curiosidad.

—Mirá, anoche como a las 11 de la noche, recibí una llamada al teléfono de mi casa. Era un tal Padre Joüet, o algo así. Me dijo que llamaba desde el Vaticano, el tipo parecía tener acento francés, la cosa fue que preguntó por vos.

—¿¡Por mí!? —se sorprendió Juan sobremanera.

—Sí, dijo que te necesitan de urgencia allá en Roma, parece ser que una iglesia se quedó sin párroco y te convocaron a vos, este hombre dijo que en unos días iba a llegar una carta desde el Vaticano, y lo más raro fue que llegó justo hoy  mirá —dijo pasándole el sobre.

Efectivamente, el sobre provenía desde el mismísimo Vaticano.
Juan se dispuso a leer la carta, y no podía creer las cosas que leía en cada renglón.

—No pero... esto no puede ser, obispo yo... no sé hablar italiano, y acá dice que tengo que viajar cuanto antes.

—¿Latín hablás?

—Ah, sí pero... igual, me parece muy extraño. Qué me convoquen justo a mí que estoy casi en el fin del mundo, como dijo alguna vez el Santo Padre... jaja —rio nerviosamente.

—Sí, muy extraño... —decía el obispo pensativo.

—Con la cantidad de sacerdotes que hay en Roma, ¿acaso ninguno quiso ir a aquella iglesia? Esto es muy extraño.

—Sí, la verdad. Mirá Juan, sé que esto es muy raro para todos pero son órdenes estrictas que vienen del Vaticano, y no podemos desobedecerlas.

—Sí ya veo.

—Juan cuanto antes hay que empezar con el tema del pasaporte y demás, pero ¿Sabés que fue lo qué más me llamó la atención?

—¿Qué? —dijo Juan un tanto preocupado.

—El horario en que llamó, las once de la noche, más o menos son cuatro o cinco horas de diferencia...

—Tuvo que haber llamado de madrugada para que acá se reciba la llamada a las once de la noche... —lo interrumpió Juan sintiendo una rara sensación de miedo e incertidumbre.

¿Y sí todo era una trampa?

¿Y sí viajaba y le pasaba algo?

¿Cómo iba a comunicarse con aquellos feligreses si no sabía hablar su idioma?

¿Porqué en toda Europa, no convocaron a otro sacerdote?

Muchas preguntas sin respuestas rondaban por la mente del joven sacerdote.

Pero no tenía opción.

Salió de la oficina, un tanto perturbado, con  solo aquella extraña carta, cuyas líneas, solo le proporcionaban un número telefónico, para que, una vez tenga todo listo (trámites, pasaporte y demás), poder telefonear a aquella iglesia cuyo nombre jamás había oído:

El Sagrado corazón del sufragio.

Un templo que le tenía preparado algo más que un lugar pacífico, sí no todo lo contrario.



El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora