Capítulo XIV

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Las ancianas con cierta dificultad se estaban por poner de pie, pero Berger tomó un cáliz, y les acercó a ellas el cuerpo y sangre de Cristo.
Entre sollozos, el joven les entregó el Sacramento.
Las señoras le agradecieron, no entendiendo porque tanta emoción por parte del rubio.
Luego el padre Berger, regresó al altar junto a Juan, quien estaba atónito observando la entrada de la iglesia.

—¿padre Juan? —.preguntó el joven Alemán curioso, secándose sus lágrimas.

—mire —.susurró Juan sin sacar la mirada de la entrada de la iglesia.

Berger volteó, y no podía creer lo que veía.

Estaban allí, con sus túnicas resplandecientes, el abad Avelino da Bologna y su congregación de franciscanos.
Todos tenían una hermosa y radiante sonrisa.
Sus vestimentas, ya no se veían ni rotas ni deshilachadas.

Juntos, ingresaron en fila para recibir el sacramento de la comunión.

El padre Juan y el padre Berger, se prepararon para entregarles las ostias.
Uno por uno, fueron recibiendo el sacramento y luego se fueron sentando en las primeras bancas.

Las ancianas, los miraron muy confundidas. No entendían de donde habían aparecido esos mojes, ni porque estaban allí.

Una vez que finalizó la Santa Misa, y luego de dar la paz y bendiciones; las ancianas rápidamente se retiraron volteando a mirarlos de vez en cuando.

Los jóvenes sacerdotes se abrazaron  fuertemente, y lloraron de emoción. Luego se dirigieron a el abad.

— ¡mi señor abad, que gusto que hayan regresado, no tenemos palabras para agradecerles lo que hicieron por nosotros! —. Profirió Juan jubiloso.

—¡padre Juan, padre Berger, muchas gracias por liberarnos! —profirió Fray Avelino con una sonrisa , toda su congregación estaba felíz y radiante.

—¿Entonces, estaban en...? — a Juan le costaba reconocerlo.

—pasamos por un purgatorio muy duro, verán hemos muerto de peste negra entre 1348 y 1349, y desde entonces nos hemos sentido muy solos sin la presencia de Dios  —dijo con acento italiano —. Él en su infinita misericordia nos ha perdonado, pero entiendo el porque teníamos que pagar nuestras deudas.

—pero... ¿Qué fue lo que hicieron para tener que purgar tanto tiempo? —preguntó el padre Juan con temor; el padre Berger estaba en shock, sin decir nada.

El abad miró al suelo y luego prosiguió:

—conspiramos, conspiramos contra el papa Clemente VI. Él quería aniquilar nuestra orden de espirituales. Esa noche nos reunimos en las catacumbas de nuestro monasterio y vimos que nuestros cuerpos, bajo nuestro ropaje, estaban llenos de llagas, yo como abad, pedí una audiencia con el papa y cuando lo iba a tener frente a mí, iba a tocarlo y rogar misericordia. Lo único que quería, era pasarle mi enfermedad, queríamos ayudar a todos los franciscanos espirituales del mundo, nosotros ya moriríamos, pero queríamos que los espirituales crecieran en número. La pobreza de Cristo era algo importante de lo que nunca había que olvidar.
Todo fue tan rápido, creí haberme dormido pero cuando desperté yo y mi congregación, estábamos muertos.
Dios sabía cuanto lo amabamos, aún así nos perdonó. Pero debíamos pagar nuestra desobediencia y maldad.

—¡ahora entiendo porque no quería que ninguno me tocase, oh señor abad, me alegra tanto haberle ayudar! —profirió Juan felíz

—Gracias a ustedes. El antiguo padre de esta iglesia jamás nos quiso ayudar, ni tampoco los que le precedieron, hemos estado siglos pidiendo ayuda. Hasta que Dios nos ha mostrado que llegarían ustedes, los estuvimos esperando.

El padre Berger dió varios pasos hacia atrás, un miedo había invadido todo su ser.

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora