Capítulo XXXIV

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-ahora entiendo porque ese hombre me confundió con el padre Johannes, usted le dijo que yo era el párroco del Sagrado corazón del sufragio, el pobre pensó que ya se había recuperado -rió levemente Juan mientras caminaba junto a Berger, por la imponente plaza San Pedro.

-si, me he dado cuenta, pero que curioso lo que le ha pasado al padre Johannes, ¿todavía cree conveniente que vayamos a verlo al asilo? Siento que me impresionaré si lo veo.

-no se preocupe padre Berger, estaremos juntos, solo hay que rogar a Dios que nos ayude, y que ahí nos permitan verlo -. Dijo tranquilamente mientras posaba su mano en uno de los hombros del rubio.

Ambos suspiraron, observando la hermosura del lugar.

Una bandada de palomas, emprendió su vuelo de repente provocando un leve susto a los jóvenes, que luego rieron mientras levantaban sus miradas para ver la cúpula de la gran iglesia.
Al bajar su mirada, Berger vió a unos 20 pasos de él, un joven que parecía sacerdote, pero en realidad no lo era, ya que vestía de una camisa Negra, pantalón negro al igual que sus zapatos, pero no poseía ni alza cuello, ni sotana.

Éste observaba al joven rubio de una manera muy extraña.
Su mirada era lasciva, lujuriosa, penetrante. Aquél joven vestido de negro, caminaba lentamente sin quitar su mirada del rubio, mientras pasaba su lengua por los labios de forma exagerada, como si quisiera provocar algún sentimiento sexual.
Berger comenzó a sentir miedo, era claro que ese joven estaba intentando provocarlo de alguna manera.
El hombre vestido de negro, desabrochaba lentamente su camisa, y abría su boca como si estuviera gimiendo de placer mientras no quitaba la mirada del joven sacerdote.

-¿... No lo cree Berger? ¿Padre Berger? ¿Padre Berger que le pasa, porque está temblando? -. Preguntó Juan sacundiéndolo de los hombros.

El joven rubio, temblaba de pavor, mientras observó a Juan a los ojos. Luego volvió su mirada en donde había visto a aquel extraño sujeto, pero ya no estaba.

-¿padre Berger que pasó? -se preocupó sobremanera el joven argentino

-n.. No nada, no pasa nada Juan.

-¿como que no pasa nada? Está temblando, ¿vió algo extraño?

-¡no, no sólo... Estaba pensando, nada más, estoy temblando de frío!  -decía casi con tartamudez

-entonces podemos volver a la iglesia...

-no, no -lo interrumpió Berger -¿que era lo que me estaba diciendo?

-¡ah sí! La iglesia está abierta al público, pensaba que podíamos visitarla junto a los turistas.

-¡si, por supuesto, vamos! -dijo tratando de olvidar aquel extraño incidente.

Los jóvenes ingresaron a la gran iglesia, mientras varias personas, en su mayoría mujeres, los observaban pensando en lo hermosos que eran y tan jóvenes como para optar en ser sacerdotes, pero en fin allí estaban.

No podían dejar de levantar sus miradas y ver la perfección arquitectónica del lugar. Era impresionante. Caminaban entre muchos turistas observando todo, por supuesto no sin antes haberse santiguado al ingresar allí.

Sonreían tranquilamente cuando de repente, Berger detiene su marcha, y observa a un rincón de la imponente iglesia.

-¿padre Juan, usted ve lo que yo veo?

-¿qué?

Hubo una pausa, por parte del rubio

-no, nada...

-por favor padre Berger, si tiene que decirme algo, hágalo. Confíe en mí.

El rubio miró a Juan preocupado.

-hay un hombre observándome, un hombre vestido como si estuviera en el Renacimiento...

Juan buscó con la mirada pero no vió nada.

-no veo nada ¿quiere que vayamos por otro lugar?

-sí, mejor así -dijo casi agradecido.

Aunque cambiar de rumbo, no les serviría de nada.
La almas purgantes  están en todo lugar, y el Vaticano no sería la excepción.

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora