Capítulo XLV

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Con sus ojos aún cerrados, sentían que frente a ellos había alguien. 
Una vez que finalizaron la oración, lentamente abrieron sus ojos. 

Ante ellos estaba el padre Joüet. 

Suspiraron de alivio, aunque la atmósfera en el lugar, se seguía sintiendo muy pesada.
Se pusieron de pie. 

—¡padre Joüet, gracias a Dios que está acá! —exclamó Juan—. ¿Pasó algo? Nunca más volvió a confesarnos, necesitamos ayuda espiritual. 

—la noche oscura del alma Juan, es muy oscura y terrible, mucho más entre estas paredes —le dijo Joüet con acento francés. 

—lo sabía —susurró Berger. 

—¿cuanto va a durar? Ya no lo soporto, me siento en el mismísimo purgatorio —profirió Juan apenado. 

—¿acaso no te sientes afortunado de vivir el purgatorio aquí en la tierra? Deben sentirse afortunados de sentir este vacío que les penetra la alma, vivan con gozo y dolor el purgatorio aquí en la tierra. 

—te doy gracias señor por este sufrimiento, que sea para reparación de mis pecados, de los pecados de mis antepasados y de las almas que purgan sus penas —oró Berger. 

—Amén —dijeron los tres al unísono. 

—es verdad, tenemos que estar agradecidos, esta es una prueba muy grande. Padre Joüet, ¿puede confesarnos? —preguntó Juan. 

—lo siento, por mandato de Dios, no puedo ayudarlos, el quiere que vivan estas penas lo más que puedan, hasta las últimas consecuencias. Solo vine a confesarles el propósito del Altísimo para con ustedes. Han sido traídos por almas cuyo permiso obtuvieron de Dios, el les ordenó todo. ¿Recuerdan a la hermana Emilia, la joven religiosa que los recibió en el aeropuerto? Ella era devota del purgatorio, falleció  en 1899, en un convento que ya no existe aquí en la tierra. Pero su congregación está allí, con Dios observando y orando junto a él. 

—si, la recuerdo. Entonces ella nos recibió a ambos, era la misma —dedujo Berger. 

—claro, Dios le dió el don de la bilocación para que pudiera traernos acá. ¿Y el taxista? ¿Él también? —se preguntó Juan. 

—El también —afirmó Joüet—. Con tu bendición Juan, el subió al cielo, había muerto en un accidente automovilístico en 1975, no tuvo oportunidad de que un sacerdote le diera la extremaunción. Purgó por mucho tiempo, hasta que Dios lo envió hacia tí. Tu corazón es muy grande y salió de tu alma pura el darle la bendición. Ese hombre ahora está orando por ustedes. 

—te doy gracias señor —susurró Juan al escuchar esto. 

—Berger, tu duda corrompe tu alma, dudaste que tu padre te ama, por tanto dudaste del sufrimiento de Jesús, ora con todas tus fuerzas y recuerda que con cada duda que tienes, las llagas de Jesús sangran. ¿Acaso dudas que Dios ama a sus hijos sin importar nada? Los hombres han querido por siglos convencer a todos de que no es así, pero solo un verdadero padre como Dios, jamás dejaría abandonado a uno de sus hijos, sabiendo cuanto lo ama —le dijo Joüet. 

El joven alemán comenzó a llorar. 

—¡Lo sé, sé en mi corazón y en mi mente que él me ama, por eso estoy sufriendo por dudar y me lo merezco! 

—¿Qué va a pasar con nosotros? No importa que pase, voy a seguir con el santo sacrificio de la misa, ahora más que nunca. 

—muy bien Juan, sigan firmes. No piensen que Jesús no sufre, lo que ustedes sienten no se compara a lo que él está sintiendo. Él sufre con y por ustedes. 

—Juan, no puedo estar más agradecido por haberlo conocido, que todos estos sufrimientos sean en reparación de nuestros pecados y los del mundo entero —profirió Berger. 

Los tres se santiguaron. 

—Devo volver, solo me queda decirles que lleven sus cruces con gozo, den gracias a Dios por cada sufrimiento, por que con ellos viven el purgatorio aquí en la tierra, cuanto más sufrimiento, más cerca de Dios están —los aconsejó Joüet. 

Los jóvenes dieron las gracias y el padre Joüet se desvaneció. 

Los dos se tomaron de las manos, se miraron sus rostros pálidos, levantaron firmemente sus cabezas. 
Con solo esas miradas sufrientes se dijeron todo. 
No volverían a dudar y no volverían a tener miedo. 

La noche oscura de sus almas era muy profunda, aun así, agradecieron a Dios por cada sufrimiento y se prometieron dar batalla, hasta las últimas consecuencias. 

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Ose se sentía morir de dolor, cuando vió lo que le pasaba a los jóvenes sacerdotes. 

Les daría batalla, incluso con el permiso del mismísimo Dios. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora