capítulo XXXVII

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El cardenal comenzó diciendo: 

-¡bien! Primero quiero que sepan que hablé con cada obispo de sus respectivas ciudades, he comprobado que ambos tienen el grado de prebísteros, lo cual me parece excelente, incluso pueden predicar en diferentes ciudades, pero les daré dos opciones  —. Los jóvenes se miraron entre sí, el hombre siguió —, pueden volver a sus respectivos países, o los asigno como párroco a Juan y como acólito a Berger, en caso de que Juan no pueda oficiar misa, lo harás tú —. Profirió mirando al joven Alemán. 

—¿acólito? Él también es prebístero. 

—lo sé Juan, pero así dicen los recados. 

—¡estoy de acuerdo! —. Interrumpió Berger. 

—bien, como decía —prosiguió el cardenal— así dicen los recados y quiero reparar en ellos. Hay algo nunca antes visto, ¿puede explicarlo? —le dijo a Gianmarco. 

El investigador extrajo silencioso las cartas del folio y tomó una, mientras sus manos temblaban. 

El cardenal encendió un cigarrillo. 

—verán, las firmas son reales, no sé como pudo pasar esto —decía en español, con dificultad—. Pero hay algo más turbio aún, la letra que escribió ambas cartas, no pertenece ni al Papa Pío X, ni a Joüet, ni siquiera al ayudante del Papa si no que pertenece al Papa Juan Pablo I. 

—¿¡qué!? —exclamó Juan. 

—si, estas cartas fueron escritas por Juan Pablo I y firmadas por San Pío X, por Joüet y el ayudante del Papa San Pío X. Esto puede parecer una locura pero así es, y hay una cosa más. Mientras estaba guardando los archivos, se me apareció el Papa Pío X, me escucho y aún no lo creo. Se apareció ante mí y… me bendijo —el hombre comenzó a llorar nervioso. 

El cardenal fumaba aún más. 

—y yo… bueno, he experimentado algo extraño, ésta mañana mi taza con café se deslizó sola y salió volando hacia la pared, partiéndose en mil pedazos. 

—esto es algo sobrenatural —opinó Berger. 

—creo que es algo más complejo —agregó el cardenal—. Es como si hubiera habido una reunión en el más allá solicitando la presencia de ustedes. Tú haz dicho que el padre Joüet los ha observado y… un momento… 

El cardenal fumó y pensó un instante. 

—¡qué! —dijo denuevo Juan. 

—¿ustedes que reglas llevan? ¿Tienen un lema que seguir? ¿Se los han impuesto? 

—no entiendo —profirió Berger. 

—¿tienen un lema? ¿Siguen una regla que ustedes mismos se han impuesto? 

Juan pensó. 

—si, bueno no sé si sea a lo que usted se refiere, pero yo sí me he impuesto tres reglas, "pobreza, humildad y bondad" —dijo el cura Argentino. 

Berger lo observó atónito. 

—yo también me impuesto eso, pero en cambio, siempre me repito a mí mismo que debo seguir las reglas de pobreza, humildad y castidad, como las de San Benito.

El cardenal estaba inmóvil, casi no podía articular palabras alguna. 

—¿qué pasa con eso? Berger y yo tenemos las mismas reglas y ya no creo que sea coincidencia —dijo Juan. 

—claro que no son coincidencia —dijo el cardenal—. La tumba del Papa Pío X… 

—¡claro! —exclamó Gianmarco—. En la tumba de San Pío X se puede leer  su epitafio que dice: “su tiara estaba formada por tres coronas, pobreza, humildad y bondad” justo el lema que se ha impuesto Juan. 

—ustedes fueron elegidos por Santos para estar aquí, siento que me estremezco —dijo el cardenal. 

Un aroma a rosas inundó el lugar y los cuatro hombres se miraron y santiguaron al mismo tiempo. 

—es claro que Dios les dió esta misión, no tengo dudas de ello. En toda Roma no ha habido un solo cura que quiera ser párroco del Sagrado Corazón del sufragio, ahora ustedes tendrán que hacerlo —dijo Gianmarco. 

—a menos que no quieran y será entendible, esa iglesia da mala suerte según los vecinos del lugar. 

—Acepto esta misión —dijo Juan firmemente. 

—también yo —profirió Berger. 

El cardenal entonces, les pidió encarecidamente que todo quedara en secreto. Un secreto que solo lo sabrían ellos cuatro. 

Ahora era oficial, Juan era el párroco del Sagrado Corazón del sufragio. 

Aunque el joven Argentino aún  tenía ciertas dudas. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora