capítulo XX

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Despreocupado Juan se dirigía por el largo pasillo, debía ir a la cosina donde dentro de una despensa tenía escobas y utensilios de limpieza. 

La entrada de la iglesia estaba repleta de  hojas otoñales, así que se decidió a barrerlas.

Algo lo hizo detenerse, justo frente a aquellas rejas que daban al sótano. Pegó su oído entre las rejas, creía escuchar un coro de monjes entonando "attende Domine".

El joven arrugó el entresejo, ¿acaso ese sería el lugar por donde Fray Galdino ingresaba cada medianoche y por el cual iba a su monasterio? 

Era extraño, ya que el candado se encontraba cerrado y además seguía muy oxidado y con algunas telarañas. No había indicios de que alguien lo haya abierto alguna vez. 

Siguió escuchando con atención, y efectivamente se escuchó más claramente el coro monacal. No había dudas, allí abajo habían personas. 

-¡hola, hola… ! ¿Hay alguien ahí? ¡Hola! -. Repetía casi gritando, pero no había respuesta, el coro de monjes seguía cantando. 

Se dirigió a su habitación y tomó el manojo de llaves, alguna de ellas seguramente abriría el grueso candado. 
Con paso rápido llegó denuevo a las rejas, probó cada llave  pero ninguna abrió el candado. 

Suspiró frustrado, levantó su sotana y se enganchó las llaves en el pantalón negro que tenía debajo. 
Ya se había dado cuenta además de que el canto gregoriano ya no se oía. 
Todo ello le estaba causando molestias. 
¿Es que acaso la iglesia tenía varias entradas secretas por las que los monjes podían ir y venir a su antojo? 

Decidió que esa medianoche, le preguntaría a Fray Galdino. 

Mientras tanto, tomó la escoba, una pequeña pala y una bolsa de basura. 
Caminó hacia la entrada mientras el sonido se las llaves que colgaban de su pantalón, hacían eco en toda la parroquia. 

Barrió toda la entrada, incluso la vereda. 

Unas tres chicas que pasaban por allí, con carpetas en sus manos, lo observaban sonrojadas. Ellas no disimularon sus miradas hacia el joven padre, cuando éste las miró, les regaló una sonrisa que ellas seguramente interpretaron de manera errónea. Ante todo ello, ellas también sonrieron y se sonrojaron aún más. 
Las chicas no podían dejar de voltear a verlo. 
El acomodó la Bolsa llena de hojas crujientes. Y las dejó a un costado de la vereda. 

Juan  escuchó una fuerte risa muy grave que venía desde la vereda de enfrente, la que daba justo al río Tíber. 

Levantó la mirada y una vez más estaba él. 

El sujeto de negro. 

Tuvo un mal presentimiento, asique de modo fugaz, ingresó denuevo a la iglesia. Fue directo al altar y arrodillado comenzó a orar. 

Un llanto femenino se escuchó de repente. 
Juan observó por todos lados, el llanto se hacía cada vez más fuerte. 
Se puso de pie, y atento caminó lentamente buscando desde donde de venían esos lamentos. 

-¡aiuto… ! -. Se lamentaba la voz entre sollozos. 

El padre ya había percibido desde donde venía el llanto. 
Era desde arriba, justo donde debía ir el coro y donde se encontraba un gran órgano de tubos. 

-¡ho… hola! -dijo Juan llegando al coro luego de haber subido unas pequeñas escaleras. 

La respiración del sacerdote comenzó a agitarse. 

En un rincón, lo que parecía ser una joven religiosa, se encontraba llorando con una mano en su rostro y la otra tocando su vientre. 
El hábito de la chica era negro y casi no dejaba ver su rostro. 

Juan se detuvo, estaba a unos metros de ella, los suficientes como para darse cuenta de que la piel de la chica, era muy pero muy blanca.

-¿hermana… ? -. Profirió con voz temblorosa. 

La joven seguía llorando desconsoladamente. 

Con lentitud volteó para mirar a Juan. 
La mano que tapaba su rostro se extendió apuntando al horrorizado sacerdote. 

-aiuto… - le dijo sollozando con sus ojos ensangrentados, grandes lágrimas de sangre brotaban de sus ojos al igual que de su vientre, el cual ella sostenía, pero de allí también brotaba tanta sangre que caía al suelo, formando un charco de sangre espesa y casi negruzca. 

Tanto horror ante sus ojos, hizo que Juan huyera despavorido. 
Corrió  lo más que pudo y completamente atemorizado se arrodilló ante el altar. 
Juntó sus manos en oración, cerró los ojos fuertemente y comenzó a orar con voz entrecortada, mientras su cuerpo temblaba como una hoja:

-¡padre eterno, yo… yo te ofrezco la preciosísima sangre de tu divino hijo Jesús, en unión con las misas celebradas hoy día en todo el mundo, por todas las benditas animas del purgatorio. Por todos los pecadores del mundo. Por los pecadores de la iglesia universal. Por aquellos en mi propia casa y dentro de mi familia. Amén! 

Estaba por repetir la oración, pero sintió que una fría mano, se posó sobre su hombro derecho. 


El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora