Capítulo XLI

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Pasaron dos días y Juan se encontraba orando en el altar. Se lamentaba que todo iba de mal en peor, Berger se comportaba extraño, ahora ya no quería usar sotana, en cambio se vestía solo con pantalón y camisa negra. 

Era una tarde soleada y las puertas de la iglesia estaban abiertas de par en par. 
No había nadie más que Juan, hasta que escucho pasos detrás de él. 

—muchas gracias —le dijo una voz femenina. 

El joven volteó y tenía ante él, a la joven religiosa que semanas antes le había aparecido con aspecto terrorífico, ahora ella se veía mejor, su gesto denotaba paz. 

Él se puso de pie. 

—¿cómo estás? —le preguntó. 

—ahora, mucho mejor, es hora de irme, e sido violada y cuando me practicaron un aborto en 1923, no sobreviví. Era una persona no creyente a pesar de mis votos, pero antes de morir clamé por Dios. —le decía con acento italiano—. Ahora gracias a sus oraciones, podré descansar en paz. Estaré orando por ustedes. 

—Que Dios guarde tu alma hermana —le dijo, y luego la bendijo. 

La joven felíz, hizo una leve reverencia y luego comenzó a caminar hacia la salida de la iglesia donde se desvaneció. 

Juan no sabía si estaba volviéndose loco, pero una cosa era segura, que solo él podía ver aquellas almas. 

Un desasosiego penetró su corazón, se sintió realmente triste. Se arrodilló y llorando, comenzó denuevo a orar. 

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Media hora después, en la vereda del templo se encontraba un cardenal que fue enviado para darle algunos papeles a Juan, estaba acompañado por un decano. 

Los dos hombres observaron la fachada del lugar y luego ingresaron, no dieron ni cinco pasos cuando la expresión de sus rostros demostraba el terror absoluto. 
Sabían de los rumores que circulaban con respecto a esa parroquia, pero nunca imaginaron vivirlo en carne propia. 

Los ojos de ambos hombres casi salían de sus órbitas, sus bocas se entre abrieron en una mezcla de terror y asombro.

Vieron con sus propios ojos, como Juan estaba levitando frente al altar. 

El joven seguía orando con sus ojos cerrados, ni siquiera estaba enterado de nada a su alrededor, solo sentía estar conectado con Dios mediante la oración. 

Los hombres más que asustados, corrieron empujándose entre ellos. Salieron de allí casi en shock por lo que habían visto, y juraron jamás volver. 

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Esa misma noche, el argentino se percató de algo grave. Berger ya no lo ayudaba a dar misas, solo se mantenía encerrado en su habitación, según él, orando, pero Juan ya no le creía, algo le estaba pasando. 

Decidió que al día siguiente iría al hospital mental, quería hablar con el padre Richardson, aunque el hombre ya no estubiera en sus cabales, necesitaba interrogarlo. 

A la medianoche conversó con fray Galdino, realmente Juan tampoco dormía bien, así que se puso a conversar tranquilamente con el monje, el cual se veía cada vez más felíz, ya que veía que el altar estaba brillando como antes. 

Una vez que el joven terminó su penitencia, Juan lo acompañó cruzando todo el gran patio trasero. 

Lo despidió amablemente, y el monje se internó en el pasillo oculto de la  gran gruta.

El joven suspiró triste, se dispuso a volver a la iglesia, caminaba rápidamente mientras la Luna llena iluminaba su camino. 

De repente escuchó que alguien tras él, le chistó.

Juan se detuvo, tuvo un poco de miedo. 

En su mente comenzó a orar. Siguió caminando, esta vez aun más rápido que antes. 

Escuchó denuevo el mismo llamado. 

—¿Quién es? —dijo firmemente volteando. 

A unos diez pasos de él, el hombre de negro estaba riendo descaradamente. Levantó su vista hacia Juan, y sus ojos brillaron como los de un felino. 

El cura sintió temor, pero se mantuvo firme allí, sin huir. 

—¿así que te gusta el ajedrez? ¿Una partida? 

—¿Ose? San Miguel te ordenó que no molestes por un mes. ¿cómo volviste? 

—ya pasó un mes querido Juan. 

—¿Qué? ¿Cómo pasó? 

—bajaste al purgatorio. 

—¡no entiendo, dejá de mentir! —se molestó. 

—las escaleras tras las rejas, ¿no las recuerdas? Bajaste con tu amigo. 

—no puede ser, el purgatorio no es un lugar, esa solo era una catacumba. Es cierto que cuando salimos ya era de noche… 

—el tiempo en el tercer lugar es más largo y agónico —lo interrumpió Ose. 

—ya lo sé. 

—entonces ¿dudas? 

—no, ese lugar si que es extraño, pero no es el purgatorio. 

—la duda y el miedo querido Juan, son la perdición aquí. Tú tienes miedo y Berger tiene dudas. Cuando llegaron dije "pan comido". Pensé que serían fáciles de convencer pero tú, tú si que das problemas. 

—yo no te tengo miedo, sabelo. —profirió Juan firmemente. 

—¿una partida? Vamos Juan, solo una, las piezas ya están puestas en el tablero. 

El cura levantó una ceja. 

—¡Muy bien! Juguemos —dijo desafiante. 




El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora