Capítulo XI

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Los ojos de los de los jóvenes sacerdotes brillaban de asombro, al ver la pulcritud del lugar. Todo estaba impecable; las bancas brillaban al igual que el piso y el mármol que conformaba el altar.
El aroma a flores inundaba cada rincón del templo.
Ambos hicieron una reverencia y llevaron las flores hacia los dos grandes jarrones que se encontraban justo ante el altar y ya disponían de una limpia y clara agua fresca.
Observaron la pequeña habitación, aquella que ese mismo día, la habían visto desordenada y con humedad, ahora estaba limpia y ordenada.

-e.. Esto no puede ser... -profirió el padre Berger sorprendido sobremanera.

-no pudieron haberlo hecho tan rápido ¿dónde están? -se preguntó Juan

-no lo sé, esto es tan extraño...

Se dirigieron hacia el largo pasillo y llegaron a las habitaciones. Todo estaba impecable. Incluso la cocina y el gran patio trasero ya no tenía aquellos pastizales altos. En la habitación que ocuparía el padre Juan, arriba del escritorio, se podía ver aquella Biblia abierta, que habían encontrado al principio.
El Santo libro se encontraba abierto y justo en la página donde se podía ver la marca de aquella mano candente.

Revisaron cada rincón del lugar, pero no había rastro de aquellos monjes.
 
-¡hermanos... Hermanos franciscanos! ¿Dónde están?-. Vociferó el padre Juan, volviendo nuevamente hacia la iglesia.

El padre Berger hizo lo mismo. Sus llamados retumbaban por todo el templo pero nada. Ninguno apareció. Al no obtener respuesta se dirigieron a la cocina.
Ambos tenían hambre, producto del viaje y el cansancio.
No pudieron creer el ver la heladera excelentemente limpia y llena de alimentos frescos.

Supusieron que todo eso fue enviado por alguien del Vaticano, no podía ser posible que apareciera todo aquello de la nada.

Con un poco de desconfianza, comieron y bebieron lo que tenían allí.
Luego un tremendo sueño, se les presentó.
Los jóvenes se dirigieron entonces a cerrar las puertas de la iglesia. No sin antes cerrar también las rejas. Una vez ante el altar Juan miró a su compañero.

-¿vió padre Berger? Al final teníamos razón. Ahora entiendo por que el abad nos pidió tan desesperado el rezo del Santo Rosario. Eran almas del purgatorio.

-¿usted lo cree padre Juan? Quizás mañana aparecerán y les podremos agradecer.

-solo necesitaban eso, un último esfuerzo para purgar sus pecados, el rezo del Santo Rosario, y esforzar sus almas por última vez -. Dijo Juan observando al Cristo crucificado.

Ambos padres se miraron.

-¡cuan grande es la Misericordia de Dios! -dijo felíz el joven Alemán

-¡así es, y este ha sido nuestro primer día padre Berger... Nuestro primer día!

Dicho esto y luego de rezar una coronilla de la divina misericordia. Se fueron a dormir.

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora