Capítulo VIII

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Los jóvenes sacerdotes tuvieron que tomarse del brazo y empujarse levemente entre ellos, dándose ánimos de seguir y llegar hasta el altar. Aquel canto gregoriano se oía tan tenebrosamente bello, que si fueran personas normales, no durarían en huir despavoridos de allí. Pero tenían una misión y debían cumplirla con mucho coraje. 

Llegaron hasta el altar y se sorprendieron sobremanera. 

Dos hileras de 10 monjes franciscanos encapuchados, se encontraban cantando y a la cabeza de las filas guiandolos, se encontraba otro monje quien hacía una reverencia hacia el altar. 
Juan y Berger se miraron extrañados entre sí. 

El ropaje de aquellos frailes se notaba algo gastado y deshilachado. 
Los monjes dejaron de cantar y hubo un silencio sepulcral, que duró un eterno minuto. 

Juan hizo una pequeña tos, provocando que los frailes, todos al mismo tiempo, giraran sus cabezas mirando hacia él. 

-¡bienvenidos!-. Les dijo Juan de forma simpática.

Todos los frailes comenzaron a susurrar y descubrieron sus cabezas, dejando ver el corte de pelo típico como lo usaban en el medioevo. 

Berger y Juan se miraron extrañados una vez más. 

-¡¿padre Juan?!-. Exclamó el fraile que los escoltaba. 

El joven sacerdote arrugó el entrecejo.

-sí, soy yo y él mi ayudante el padre Berger ¿quienes son ustedes? 

Al escuchar eso, todos los frailes, en voz baja, daban gracias a Dios. 

-¡padre Juan, padre Berger… ya están aquí, que gusto, a Dios gracias… Soy Avelino da Bologna, abad de la Congregación de Franciscanos espirituales, oh que gusto!-. Profirió el hombre con acento italiano, cuya edad parecía de unos 40 a 50 años. 

-¿franciscanos espirituales… aún existen?- susurró el padre Berger al oído de Juan, este lo miró de forma extraña. 

-perdón señor abad pero... ¿Cómo sabe mi nombre?-. Preguntó Juan curioso. 

-es que... Lo estábamos esperando con ansias. Verá... Nos enviaron para poder ayudarle a usted y al padre Berger-. Decía casi entrecortado, y con expresión muy apenada. 

-¿quién los envió hermano?-. Preguntó el joven Alemán

Algunos monjes comenzaban a llorar... 

-es por la misericordia de Dios que estamos aquí padre Berger-. Profirió Fray Avelino con mucha pena. 

-si, claro hermano, gracias a Dios, pero ¿alguien más los envió? ¿Algún otro sacerdote... Algún cardenal...?-. Preguntó Juan 

Todos los frailes se miraban entre si muy apenados, algunos hasta lloraban. 

-¡per favore padre, prega per noi!- le dijo casi llorando un joven fraile de la fila, los demás comenzaron a pedirle lo mismo al unísono. 

-¡ora pro nobis patrem!-. Rogaban otros en latín. 

Incluso uno de los frailes quiso acercarse a Juan y tocarlo, pero el abad pegó un grito y todos se exaltaron.

-¡no, no se les ocurra tocar a los sacerdotes, necesitamos su ayuda!-. Los retó el abad. Los monjes se calmaron. Algunos se lamentaban y lloraban. 

-pero, señor abad, no tengo problema con que me toquen o tomarlos de las manos. 

-sé de su gran corazón padre Juan, pero hemos venido a ayudarles con la limpieza de este lugar. 

-¡ah, sí... Hay mucho trabajo que hacer acá, yo y el padre Berger estamos muy cansados. Pero podemos comenzar todos mañana por la mañana...! 

-es que... Padre Juan... No podemos esperar... No se preocupe, ustedes solo tendrán que colocar las flores frescas en los jarrones-. Dijo el abad. 

-¡pero queremos ayudarlos, no sería justo que solo ustedes hermanos hicieran todo el trabajo!-. Se preocupó Berger. 

-¡oh no Padre, entre las calles vía Virgilio y vía Cassiodoro hay un lugar de flores, allí podrán buscar las flores y volver hasta aquí a colocarlas, mientras yo y mi congregación estaremos limpiando la capilla!

Los jóvenes sacerdotes no estaban del todo convencidos. Pero a pesar de su cansancio, se aventuraron por las calles de Roma. Antes de partir el abad les rogó con una pena enorme y casi llorando, que luego de recoger las flores, pasen por la piazza dei Quiriti, y que, frente a un pequeño altar que ahí había, recen un Rosario juntos. 
El abad lo pidió muy encarecidamente. 

Los jóvenes, un tanto confundidos, prometieron hacerlo y luego, volverían a la iglesia. 
Se despidieron de la Congregación y partieron juntos. 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora