Los jóvenes sacerdotes tuvieron que tomarse del brazo y empujarse levemente entre ellos, dándose ánimos de seguir y llegar hasta el altar. Aquel canto gregoriano se oía tan tenebrosamente bello, que si fueran personas normales, no durarían en huir despavoridos de allí. Pero tenían una misión y debían cumplirla con mucho coraje.
Llegaron hasta el altar y se sorprendieron sobremanera.
Dos hileras de 10 monjes franciscanos encapuchados, se encontraban cantando y a la cabeza de las filas guiandolos, se encontraba otro monje quien hacía una reverencia hacia el altar.
Juan y Berger se miraron extrañados entre sí.El ropaje de aquellos frailes se notaba algo gastado y deshilachado.
Los monjes dejaron de cantar y hubo un silencio sepulcral, que duró un eterno minuto.Juan hizo una pequeña tos, provocando que los frailes, todos al mismo tiempo, giraran sus cabezas mirando hacia él.
-¡bienvenidos!-. Les dijo Juan de forma simpática.
Todos los frailes comenzaron a susurrar y descubrieron sus cabezas, dejando ver el corte de pelo típico como lo usaban en el medioevo.
Berger y Juan se miraron extrañados una vez más.
-¡¿padre Juan?!-. Exclamó el fraile que los escoltaba.
El joven sacerdote arrugó el entrecejo.
-sí, soy yo y él mi ayudante el padre Berger ¿quienes son ustedes?
Al escuchar eso, todos los frailes, en voz baja, daban gracias a Dios.
-¡padre Juan, padre Berger… ya están aquí, que gusto, a Dios gracias… Soy Avelino da Bologna, abad de la Congregación de Franciscanos espirituales, oh que gusto!-. Profirió el hombre con acento italiano, cuya edad parecía de unos 40 a 50 años.
-¿franciscanos espirituales… aún existen?- susurró el padre Berger al oído de Juan, este lo miró de forma extraña.
-perdón señor abad pero... ¿Cómo sabe mi nombre?-. Preguntó Juan curioso.
-es que... Lo estábamos esperando con ansias. Verá... Nos enviaron para poder ayudarle a usted y al padre Berger-. Decía casi entrecortado, y con expresión muy apenada.
-¿quién los envió hermano?-. Preguntó el joven Alemán
Algunos monjes comenzaban a llorar...
-es por la misericordia de Dios que estamos aquí padre Berger-. Profirió Fray Avelino con mucha pena.
-si, claro hermano, gracias a Dios, pero ¿alguien más los envió? ¿Algún otro sacerdote... Algún cardenal...?-. Preguntó Juan
Todos los frailes se miraban entre si muy apenados, algunos hasta lloraban.
-¡per favore padre, prega per noi!- le dijo casi llorando un joven fraile de la fila, los demás comenzaron a pedirle lo mismo al unísono.
-¡ora pro nobis patrem!-. Rogaban otros en latín.
Incluso uno de los frailes quiso acercarse a Juan y tocarlo, pero el abad pegó un grito y todos se exaltaron.
-¡no, no se les ocurra tocar a los sacerdotes, necesitamos su ayuda!-. Los retó el abad. Los monjes se calmaron. Algunos se lamentaban y lloraban.
-pero, señor abad, no tengo problema con que me toquen o tomarlos de las manos.
-sé de su gran corazón padre Juan, pero hemos venido a ayudarles con la limpieza de este lugar.
-¡ah, sí... Hay mucho trabajo que hacer acá, yo y el padre Berger estamos muy cansados. Pero podemos comenzar todos mañana por la mañana...!
-es que... Padre Juan... No podemos esperar... No se preocupe, ustedes solo tendrán que colocar las flores frescas en los jarrones-. Dijo el abad.
-¡pero queremos ayudarlos, no sería justo que solo ustedes hermanos hicieran todo el trabajo!-. Se preocupó Berger.
-¡oh no Padre, entre las calles vía Virgilio y vía Cassiodoro hay un lugar de flores, allí podrán buscar las flores y volver hasta aquí a colocarlas, mientras yo y mi congregación estaremos limpiando la capilla!
Los jóvenes sacerdotes no estaban del todo convencidos. Pero a pesar de su cansancio, se aventuraron por las calles de Roma. Antes de partir el abad les rogó con una pena enorme y casi llorando, que luego de recoger las flores, pasen por la piazza dei Quiriti, y que, frente a un pequeño altar que ahí había, recen un Rosario juntos.
El abad lo pidió muy encarecidamente.Los jóvenes, un tanto confundidos, prometieron hacerlo y luego, volverían a la iglesia.
Se despidieron de la Congregación y partieron juntos.
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El tercer lugar [Terror]
Horror✝El padre Juan Aguirre, un joven sacerdote Argentino de 29 años, es escogido para custodiar una misteriosa iglesia en Roma, cuyo párroco desapareció sin dejar rastro. La razón por la que fue escogido no fue casualidad, si no que tiene una razón, es...