Capítulo XLIII

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Juan le rogaba al rubio que lo acompañe al hospital mental. 

Berger se encontraba sentado en una de las bancas de la iglesia fumando, con grandes ojeras bajo sus ojos. 

—por favor padre Berger, usted es el único que habla italiano. 

El rubio lo miró de abajo hacia arriba. 

—hoy se ve hermoso padre Juan —le dijo con un tono de voz extraño. 

Juan lo sacudió de los hombros. 

—¡por amor a Dios Berger! ¿Qué le pasa? 

El joven Alemán volvió en si y observó a Juan. 

—¿Qué Dijo? 

—tenemos que ir al hospital mental, vamos ya y póngase el alzacuello —le ordenó 

Berger realmente se veía cansado, sin dormir bien y actuaba extraño. 

Juntos viajaron hasta allí. 

Antes de ingresar un médico les advirtió, que el paciente sentía mucho pánico por los objetos religiosos, por ese motivo les dijo que no entraran con rosarios, e incluso que se quitaran el alzacuello, ya que el paciente hasta los podría atacar. 

Juan se negó rotundamente, en cambio Berger se quitó el alzacuello. 
Ante esto el argentino se sintió apenado, sentía que estaba perdiendo a su amigo. 

La Sala era totalmente blanca, solo había un ventanal enrejado que daba al patio del nosocomio

Ambos entraron. El hombre se encontraba  sentado observando por la ventana en silencio. 
Se acercaron aún más y notaron que el hombre estaba atado a la silla. 

—hola, soy Juan Aguirre, estoy junto a mi ayudante Berger Müller, soy el nuevo párroco del Sagrado Corazón del sufragio, y quiero hacerle unas preguntas. 

El hombre comenzó a reír a carcajadas. 

—¿puede decirme que fue lo que vió ahí? —le decía Juan en tono alto, pero el hombre seguía riendo, hasta que calló de repente. 

Los jóvenes se miraron entre sí. 

El hombre comenzó a susurrar cosas ininteligibles, su cabeza comenzó a ir hacia atrás de un modo grotesco, su cuello parecía que se contorcionaba, hasta que pudo ver a los jóvenes al revés. 
Los ojos del padre Richardson parecían tener derrames. 

—duda duda duda duda duda… —decía una y otra vez susurrando. 

—¿a qué se refiere? —preguntó Juan. 

El hombre colocó su cabeza normalmente y siguió observando por la ventana, sin dejar de susurrar. 

—¡por favor conteste! —exclamó el argentino levantando la voz. 

Se fueron acercando aún más a él, hasta tenerlo a unos escasos dos metros. 
De repente hubo un silencio total. 

—mejor vámonos, está loco —susurró Berger. 

En ese instante el padre Richardson, con una fuerza descomunal, arranca los cintos que lo ataban a la silla y se abalanza contra Berger ahorcándolo contra la pared. 

—¿Dudas? ¿Dudas? —le repetía una y otra vez gritando desesperado. 

Al instante ingresaron cuatro médicos y los separaron. 
Juan estaba en shock, y ayudó al rubio tomándolo del brazo. 

—¡Ose me mostró la verdad, todos moriremos, no hay escapatoria, el tercer lugar es real, temor de Dios, van a morir, temor de Dios! —repetía con acento inglés una y otra vez gritando a más no poder. 

Unos médicos dirigieron a los jóvenes curas hacia afuera, pasó lo que tanto temían, el hombre tuvo que ser atado en la cama. 
Repetía una y otra vez que todos morirían. 

Berger agitado se tomaba el cuello, sentía dolor. 
Conmocionados volvieron a la parroquia. 

—Ose lo volvió loco, de eso no tengo ninguna duda —opinó Juan. 

Ambos estaban frente al altar. 

—así es, o peor aún lo poseyó, padre Juan tengo miedo, últimamente me siento extraño, vienen a mí pensamientos impuros. 

—si, me imagino, pero ¿por qué le dijo la palabra “duda”? ¿Acaso está dudando de su fe? 

—no, yo solo… 

—¡padre Berger, dígame ya, quiero ayudarlo! 

—así es Berger, cuéntale de tus pensamientos más profundos —dijo Ose apareciendo ante ellos y cerrando las grandes puertas de madera, de modo que ya nadie podría entrar a la iglesia. 

—Ose ¿cómo pudiste entrar? —se sorprendió Juan. 

—vamos Berger dile que tuviste ganas de estar con él, dile que ya estás condenado —le decía Ose. 

—¿Qué? Cállate es mentira —gritó el cura argentino.

El joven Alemán comenzó a llorar amargamente. 

—es verdad… —decía entre sollozos. 

—Padre Berger, usted sabe que no es verdad, no se deje convencer por este transgresor. 

—vamos, dile que te masturbaste pensando en él —decía Ose riendo. 

—¡te callas en el nombre Dios padre todopoderoso… ! —le gritó, el demonio cerró su boca enseguida. 

Juan tomó al rubio de su rostro con ambas manos. 

—es verdad, yo estoy condenado, soy homosexual, nada de lo que haga me va a salvar del infierno —lloraba amargamente. 

—Berger, usted sabe en su corazón que no es verdad, Dios ama al pecador pero no al pecado, Dios lo ama padre. 

Ambos sacerdotes se miraron a los ojos. 

—yo… 

—padre Berger, nunca dude que Dios lo ama, no se deje convencer —decía llorando Juan—, venga conmigo vamos a orar. 

Ambos se arrodillaron frente al altar. 
Los ojos del rubio se tornaron con una mirada oscura y penetrante. 
De repente toma del cuello a Juan con una fuerza sobrehumana… 
Juan casi no podía moverse

—¡padre…! —balbuceaba casi sin poder respirar. 

—¡lo siento padre Juan, es más fuerte que yo, no puedo dejar de hacerlo…! —le decía con bronca mientras lloraba y seguía ahorcándolo con fuerza. 

Con la última fuerza que le quedaba a Juan, metió su mano bajo su sotana y sacó del bolsillo de su pantalón un Rosario. 
Colocó la Cruz en la frente de Berger y este lo soltó enseguida, cayendo al suelo. 
Él joven también cayó al suelo muy mareado y tosía desesperado tratando de respirar con normalidad. 

Mientras tanto Ose comenzó a reír de forma macabra, los observó pasando su lengua por los labios de forma grotesca, gozando cada parte de la escena que tenía ante sus ojos, a los dos jóvenes sacerdotes sin la ayuda de Dios. 

Berger se retorsió llorando y gritando en Alemán, clamando a Dios pero una fuerza oscura se estaba apoderando de él cada vez más. 

Por su parte Juan estaba por desvanecerse, cuando lo último que escuchó decir antes de desmayar, fue la voz de Ose diciendo:

—él los ha abandonado… 

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora