Capítulo XXXIII

37 16 0
                                    


Los cuatro hombres se miraban entre sí extrañados.

-como experto debo decir que... Estas firmas son auténticas. ¡Dios mío, no puedo creer lo que veo! -profirió el hombre hablando con cierta dificultad, el español.

-entonces... ¿Son auténticas? -preguntó Juan sorprendido.

El atónito hombre, casi no podía hablar.

-así parece, aunque para estar más seguro, tendría que llevarlas a mi oficina y hacerles un estudio más profundo. ¿Puedo llevarmelas?

-¿podemos confiar en ustedes? -se atrevió a preguntar el joven argentino

-¡claro que sí, por favor que esto quede entre nosotros cuatro! ¿Están de acuerdo? -dijo el cardenal

Todos estuvieron de acuerdo, el experto entonces, colocó ambos escritos en un folio, y prometió esa misma noche examinarlo. Para él, era un caso nunca antes visto, y haría un hueco en su apretada agenda para poder examinar más detenidamente aquellas cartas.

El hombre dijo que al día siguiente tendría su veredicto final, mientras, salió de aquel despacho casi con su mirada perdida, dirigiéndose hacia su lugar de trabajo, mientras apretaba contra su pecho aquellos extraños escritos.

Nuevamente quedaron solos los dos jóvenes, junto a el cardenal.

-Y bien jóvenes, tengo que preguntarles algo, ¿están seguros que hablaron con el padre Jouët?
¿Acaso no  creen que pudo ser alguien que se hizo pasar por él?

-no lo sé, tal vez. Antes de ese encuentro solo habíamos hablado con él por teléfono -aclaró Juan

-bien déjenme mostrarles algo -el cardenal se deslizó con su asiento, hacia una computadora de escritorio. Allí buscó una vieja fotografía y luego se dirigió hacia ellos -. Observen esta fotografía antigua, ¿reconocen en esa foto al padre Jouët?

Ellos se acercaron, y miraron la fotografía. Se trataba de una imagen en blanco y negro, con 5 clérigos en sotanas negras.

-¡es él! -exclamó Juan señalando la pantalla.

El cardenal quedó como si un rayo le hubiera caído en un segundo.

-un momento ¿desde cuando están ocupando la iglesia? ¿Ustedes viven allí?

-¡sí! -dijeron al unísono

-hace como un mes y medio que llegamos -articuló Juan

El cardenal suspiró

-bien, haremos esto, en visto de que en algunas semanas vendrán las festividades de fin de año, les haré un permiso, que los dejará provisoriamente ahí, no es que desconfíe de ustedes, pero debo cerciorarme de que en realidad son sacerdotes, haré algunas averiguaciones y me comunicaré con el obispo de sus diócesis. ¿De qué viven? ¿Como se alimentan?

Los jóvenes se miraron entre sí. No sabían si decir la verdad. Últimamente el pecado de la mentira estaba presente en ellos casi sin darse cuenta.

-vivimos de las limosnas, las personas, aunque no asisten a misa, son muy generosas -profirió Berger

-muy bien, no se preocupen, en cuanto yo compruebe que de verdad han recibido los sacramentos de orden sacerdotal, nos haremos cargo de ustedes y recibirán un sueldo. Para esto deberán luego realizar un nuevo documento que les permita circular libremente por toda italia y el Vaticano.

El hombre sacó una planilla, y les pidió a cada uno sus datos personales. Luego de esto, Juan que no podía más de la incertidumbre, le preguntó:

-¿puede usted decirnos qué pasó con el padre Johannes Richardson?

El hombre frotó una de sus manos, sobre su frente, un tanto nervioso. Abrió el cajón de su escritorio y extrajo una cajetilla de cigarrillos. Tomó uno y prosiguió a encenderlo.

-¿les molesta? -preguntó el cardenal sobre su cigarro encendido.

Ambos jóvenes contestaron que no, con un movimiento de cabeza.
El sujeto prosiguió:

-no sé si sea conveniente que lo sepan, pero se los contaré. Hace dos años el padre Johannes fue asignado para ocupar el cargo de párroco en aquella iglesia. Lo conocí, era un sujeto amable y un tanto descreído sobre cosas... Sobrenaturales. Sobre esa vieja iglesia se tejen infinidad de leyendas, las cuales ni yo ni él creíamos. Dicen que allí, él se volvió loco, créanme que en todo el Vaticano no hay un sacerdote que se atreva si quiera dar una misa allí, dicen que es un lugar "embrujado", donde solo los más valientes se atreven a ir.

-¿en verdad? -susurró Berger

-así es, yo no lo ví, pero la última vez que vieron al padre Johannes... -el hombre suspiró con melancolía -. Dicen que lo vieron desnudo gritando incoherencias, frente al río Tíber, quería lanzarse a las aguas, pero lo detuvieron a tiempo. Hoy se encuentra recluido en un asilo para enfermos mentales.

Ante esto, Juan tapó su boca con un gesto de horror y dijo:

-yo tenía la esperanza de encontrarlo y poder hablar con él. ¿Sabe la dirección del asilo donde está?

-sí, lo sé, pero por favor sí van, no mencionen mi nombre, esto debe quedar en total secretismo.

-no se preocupe, no vamos a decir nada.

El hombre anotó la dirección de aquel lugar.

-por favor, mañana vuelvan a esta misma hora para poder darles los permisos, y ver si aquellas cartas son... Reales.

-así será -contestó Berger.

Los tres se pusieron de pie y se despidieron con un apretón de manos.

Los dos sacerdotes salieron de allí, no pudiendo creer de lo que se habían enterado.
Se miraron apenados, y se dispusieron, para despejarse un poco, recorrer la plaza de San Pedro y disfrutar de la hermosura del lugar. Sin saber que algo extraño ocurriría. Una vez más.

El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora