Capítulo VI

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La arquitectura gótica de aquella peculiar iglesia, era de lo más fascinante. Juan no podía dejar de admirar cada detalle de la entrada de aquel lugar. No por nada lo llamaban "el pequeño Duomo de Milán", por su similitud con aquella iglesia.
Alrededor de las gruesas puertas de madera, podía contemplar figuras de Santos talladas perfectamente sobre las paredes.
Pero lo que más le fascinó y llamó su atención, fueron las figuras talladas justo sobre las puertas de entrada.

Eran figuras de personas con rostro sufriente, sus brazos elevados al cielo como implorando misericordia y totalmente cubiertas en llamas.

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La imagen de Jesús y su sagrado corazón se encontraba tallada ahí sobre ellas como si estuviera a punto de socorrerlas.

<<Por Dios, que hermoso>> pensó el joven maravillado.

-¡Hallo!-. Dijo una voz masculina detrás de Juan, este volteó enseguida.

-¿perdón?-.

-Ciao, parli italiano?-. Preguntó un joven y rubio sacerdote.

-no... Soy Argentino, me llamo Juan... -. Dijo con una leve sonrisa.

-¡ahh... Eres argentino!—. Habló con acento alemán el joven y apuesto rubio.

-¡si, acabo de llegar... -. Saludó- soy el padre Juan Aguirre, vos deves ser mi ayudante

Se estrecharon las manos firmemente y con una sonrisa.

-¡si, soy el padre Berger Müller, un gusto conocerlo!

-¡el gusto es mío!-. Sonrió.

-gracias al cielo que hablo español,   hace mucho que no lo hacía...—. Sonrió también el rubio.

-si, si no no hubiésemos podido comunicarnos, yo solo hablo latín y un poco inglés, lo demás nada.

-yo se hablar español, italiano y latín solo un poco... Es algo que siempre me costó... Pero bueno, aquí estamos.

Ambos rieron.

-¡pero que bello!- dijo el padre Berger entrando aun más con sus maletas, al tiempo que las dejaba en el suelo-. Nunca he escuchado que existía esta iglesia, tiene una entrada muy hermosa. ¿Y tú la conocías?

-no, la verdad yo tampoco. La joven religiosa que me acompañó desde el aeropuerto hasta acá me contó que es la única iglesia dedicada a las almas del purgatorio...-. Explicó el padre Juan

-si, a mí también me lo ha dicho la muchacha que me acompañó, una franciscana clarisa descalza.

-¿también te buscó una religiosa por el aeropuerto? A mí también. Una chica muy joven y de la misma orden Franciscana.

Hubo una pausa entre los dos. Algo extraño recorrió sus cuerpos.

-¿cómo se llamaba la hermana que te acompañó hasta aca?-. Preguntó Juan con algo de temor.

-Me dijo que se llamaba Emilia.

-no, no puede ser... La hermana que me acompañó hasta acá también se llamaba Emilia.

Berger, en un intento de demostrar que no era la misma chica, dijo:

-la joven tenía unos ojos muy verdes y hermosos. Transmitía mucha paz oírla hablar. Seguramente esto es solo una coincidencia.

El padre Juan tragó saliva y un temor emergió desde lo más profundo de su ser. Algo le decía que se trataba de la misma religiosa.

-es que... La joven que me acompañó... También tenía ojos muy verdes y hermosos...

-no pueden ser las mismas personas, yo acabo de llegar en un taxi junto a ella-. Dijo el rubio despreocupado.

-yo también llegué en un taxi junto con ella, un auto de modelo de los años 70. El taxista tenía un rosario color amarillo colgado en el espejo retrovisor-. Dijo Juan, ni siquiera sabía porque daba tantos detalles.

La cara del padre Berger se puso pálida como la nieve misma.

Ya no se dijeron nada más. Ambos sabían que se trataba de la misma religiosa. Algo que era imposible, ¿cómo pudo aquella hermana estar en dos lugares al mismo tiempo?

-de... Debe ser una coincidencia, solo eso-. Dijo el padre Berger un tanto temeroso.

-si... Una coincidencia... - sonrió Juan un poco nervioso- bueno... ¿Entramos?-. Preguntó simpático.

-¡oh si, claro!

El joven argentino procedió entonces a probar cada llave que coincidiera con la cerradura de la vieja puerta de madera. Algunas entraban pero no abrían.

Un viento frío se hizo presente, haciendo tiritar de frío a ambos. Las crujientes hojas doradas volaban por el aire. Juan se apresuró, hasta que por fin una llave abrió la puerta.
Ambos religiosos empujaron hacia adentro para poder abrirla en su totalidad. Crujió espantosamente, pero ello fue olvidado al instante, al ver lo majestuoso que era el interior de la iglesia.



El tercer lugar [Terror]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora