CAPITULO 50

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2 semanas después...

Por la mañana, Richard tuvo que sacar arrastras a Joel de la cama, llevarlo a la ducha y ordenarle que fuera a desayunar.
Todo el rato Joel estuvo desanimado e indiferente, le dolía la cabeza y su cuerpo quería dormir más. El desayuno fué borroso, y una hora después de acabar ya no se acordaba de lo que habia comido.
Estaba tan cansado que notaba el cerebro como si alguien se lo hubiese apagado.
Echaba de menos a Erick, y no saber por lo que estaba pasando le estaba matando por dentro.

Una hora después, la comida se había acabado, los platos estaban lavados finalmente, y Joel se retiró a su habitación.
Su teléfono estaba tirado en el suelo, con la pantalla hacia arriba, mostrando una antigua fotografía de Erick y él.
Su labio tembló y enterró las palmas de sus manos en los ojos para detener las lágrimas que comenzaban a nublar su visión.
-¿Joel?
Despegando las manos de los ojos, Joel miró hacia la puerta, donde Zabdiel se encontraba apoyado contra el umbral.
Este estaba con el rostro preocupado, mientras se mordía levemente el labio.
-Hace días que apenas comes.
-Estoy bien. Susurró Joel.
-No, no lo estás. Dijó Zabdiel sentándose a su lado. Sé muy bien por lo que estás pasando y créeme que yo también deseo saber algo de Erick, pero encerrandote en el dormitorio no vas a conseguir nada.
-¡¿Y que quieres que haga?! Gritó Joel. ¿Que haga como si nada? ¿Que me ría? ¿Que baile? ¿Que haga como si el amor de mi vida no estuviera en peligro?
(Zabdiel le miró sorprendido)
-Yo solo...

Pero antes de que pudiera terminar la frase, Christopher apareció por la puerta, con el teléfono en las manos.
Su rostro estaba serio, blanquecino.
-Algo va mal.
Inmediatamente los dos amigos se levantaron de la cama.
-¿Le pasa algo a Erick?
-No lo sé. Murmuró Christopher. Todos los días el cura de la iglesia me llama a las tres de la tarde, para asegurarnos de que todo va bien. Pero hoy no he recibido su llamada, algo va mal.
-No se hable más. Exclamó Joel. Nos vamos a México.

⭐⭐⭐

La oscuridad de las prisiones de la iglesia era más profunda que cualquier oscuridad que Erick hubiese conocido jamás. No podía ver la forma de su propia mano frente a sus ojos, no podía ver el suelo o el techo de su celda...
Lo que sabía de su celda, lo sabía por una primera ojeada fugaz que habia dado la luz de la antorcha al ser conducido allí abajo por Los hermanos Silenciosos.
Sabía que su celda tenía el suelo hecho de piedras, que tres de las paredes estaban talladas en roca y que la cuarta estaba echa a base barrotes con poco espacio entre cada uno.

Inició dando un lento paseo por la celda, arrastrando los dedos por la pared al andar. Resultaba desalentador no saber que hora era y según su deducción, debían de haber pasado unos veinte días aproximadamente.
Cada día, al levantarse los hermanos Silenciosos le hacían un tipo de ritual metiéndole en una bañera llena de agua y hielos mientras pronunciaban algo en un idioma diferente, latin tal vez.
Desde el primer día, había notado favorablemente como Annabelle se debilitaba dentro suyo hasta llegar el momento en el que ya no la sentía. Ya no la sentía dentro suyo y eso le preocupaba. ¿Donde estaba?

De pronto un sonido corto el aire, deteniéndole en seco. Era un aullido agudo y ululante, un sonido de puro y ciego terror; parecía como una nota sacada de un violín, volviéndose cada vez más sonoro, fino y afilado. Hasta que se interrumpió bruscamente.
A Erick le zumbaban los oídos y notaba el sabor del terror en la boca como un metal amargo. ¿Quien habría pensado que el miedo tenía sabor? Apoyó la espalda contra la pared de la celda, esforzándose por tranquilizarse.

El sonido regresó, más fuerte esta vez, y luego hubo un grito, y otro. Algo cayó en el piso de arriba y Erick se agachó involuntariamente antes de recordar que estaba a varios niveles bajo el suelo.
Inspiró una profunda bocana de aire, llenándose los pulmones, justo cuando sonó otro alarido. El aire salió como un chirrido del pecho de Erick, justo cuando algo se estrelló contra el suelo con un fuerte golpe.
El hermano silencioso apareció tambaleante ante él, con la mano derecha aferrada a una antorcha que todavía ardía, y la capucha color negro caída hacia atrás, mostrando un rostro lleno de terror. Tenia sangre, negra a la luz de la antorcha, que sapicaba su túnica. El hermano silencioso dió unos cuantos pasos tambaleándose hacia el frente, con las manos extendidas. Y luego, mientras miraba a Erick, se desplomó de bruces contra el suelo.
Cuando el cuerpo del hermano goleó el suelo, Erick oyó el sonido de huesos al romperse y la antorcha se apagó, dejándolo todo el total oscuridad.

Regreso [Cnco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora