CAPITULO 46

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Susurros en la oscuridad.
Eso fué lo que escuchó Erick cuando comenzó a recuperar la conciencia.
Débiles pero ásperos, como papel de lija frotándole los tímpanos. No comprendía ni una palabra. Estaba tan oscuro que le tomó un segundo darse cuenta de que tenía los ojos abiertos.
Había alto duro contra su rostro: el suelo. No se habia movido desde que se habia desmayado. Lo increíble era que ya no le dolía la cabeza. De echo, no le dolía nada. En cambio, lo inundaba una sensación de euforia que casi lo mareaba. O tal vez solo estaba feliz de estar vivo.

Colocó ambas manos bajo su cuerpo y empujó hasta quedar sentado. Mirar a su alrededor fue inútil; no había si quiera una luz tenue que cortará la oscuridad total. Se preguntó que había pasado con el destello verdoso de la puerta que Johann le había cerrado en la cara.
Pero al menos no estaba muerto, al menos que "el más allá" no fuera más que una asquerosa habitación negra.

Descanso unos minutos para que su mente se aclarará y finalmente se puso en pie y comenzó a tantear las paredes. Había tres paredes frías de metal con agujeros salientes colocados en regulares, y una pared lisa que parecía de plástico.
-¡Hey! Gritó golpeando la puerta. ¿Hay alguien ahí?
De pronto, la puerta comenzó a abrirse hacia afuera muy despacio. En la pálida luz de la mañana, Johann estaba allí frente a él con el rostro surcado en lágrimas. No había espacio suficiente, pero él corrió hacia Erick y lo abrazó y apretó contra su cuello.
-Lo siento, Erick. Exclamó, las lágrimas le mojaron la piel. Lo siento tanto... Alonso dijó que os mataría a todos si no hacíamos exactamente lo que él decía. Por más horrible que fuera, ¡Perdóname, Erick!

Erick no podía contestarle ni responderle al abrazo. Traición, esa era la única palabra que flotaba en su mente. La traición implicaba que él ya no podía confiar en él, y su corazón le dijó que no podía perdonarle.
Apartó a Johann hacia un lado, la sinceridad de sus ojos verdes no lograba atenuar su duda permanente.
-Creo que necesito un poco de tiempo para procesar todo esto. Dijó.
(Johann asintió con la cabeza)
-De acuerdo. Pero creo que deberíamos irnos ya, el avión despegará en tres horas.
-¿El avión? Preguntó Erick confundido. ¿Sabes donde está?
-Si, y tus amigos también. Mientras tu estabas dentro y Alonso se había ido, aproveché el momento y corrí montaña abajo. Encontré a tus amigos a mitad de camino y les dije que nos esperarán junto al avión.
-No te creo. Escupió Erick. ¿Cómo se que no me estás mintiendo?
-Sabía que ibas a decir eso. Dijó metiéndose la mano en el bolsillo. Por eso le pedí a una persona especial que me dejará algo para convencerte, y me dió esto.

Estirando la mano frente al menor, Johann abrió el puño y mostró un pequeño anillo plateado, con las letras J y E grabadas en la parte interior.
-Es el anillo de Joel. Murmuró Erick, cogiéndolo.
-Te lo he dicho. Sonrió Johann. Estoy con vosotros.

...

Les llevó una hora en llegar a la base de la montaña. Al ir acercándose, la cuesta se niveló un poco, lo cual permitió aligerar el paso. Al rato, el camino sinuoso se terminó y pudieron correr los últimos kilómetros hacia el páramo llano y desolado que se extendía hasta el horizonte. A pesar de que el aire estaba caliente, el cielo encapotado y el viento lo hacían más soportable.

Desde lo lejos, Erick pudo ver un pequeño grupo de personas caminando hacia el norte. Aún en la posición en la que se hayaba, le pareció notar que ellos marchaban inclinados debido a la fuerza del viento.
-Están caminando. Le dijó a Johann. ¿Por qué no corren?
-Porque todavía nos quedan más de una hora para que despegue el avión. Respondió Johann, mirándose el reloj. A menos que nuestros cálculos no sean correctos, la pista debería estar a unos pocos kilómetros de este lado de las montañas.

Después de unos veinte minutos de carrera, el viento los obligaba a esforzarse el doble.
Solo les tomó unos minutos atravesar la polvorienta y venosa llanura para alcanzar a sus amigos.
Cuando por fin llegaron, Joel ya se habia alejado de la multitud y se encontraba abrazando a Erick.
-Menos mal que estás bien... Murmuró mientras le abrazaba fuerte. Johann nos ha contado todo lo que ha pasado.
-Estoy bien. Dijó Erick, sintiéndose seguro. ¿Por qué os habéis parado?
-Por eso.
Señalando con el dedo hacia la izquierda, Joel indicó un objeto que atraía la atención de todos: era una simple vara que asomaba del suelo. Del extremo colgaba una cinta anaranjada, que ondeaba con el viento. Había unas letras impresas en la delgada insignia: AEROPUERTO.

Regreso [Cnco]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora