CAPÍTULO XXXII
Emilia.
Dolor llega a mi vida como un castigo que no debería cargar sobre mis hombros, un llanto me mantiene despierta y puedo caminar en el lugar donde me encontraba. Estaba en mi casa de nacimiento, aquello tenía que ser un sueño; las mismas paredes, los mismos pisos, los adornos de las iglesias colgantes y el gran rosario en una de las paredes del recuerdo de mi padre. Nada de los cambios de Tía María estaba presente en aquel lugar y me sentí como la misma Emilia que llegaba de la escuela primaria siendo recibida por mi mamá.
Esto es un sueño y debo estar muerta, esa es la única explicación.
Un bebé llora en la que fue mi habitación de infancia y al entrar no había nada rosa sino todo en azul, Juliana y Roberto estaban al pie de la cuna arrullando a la criatura de forma tan dulce y tan cálida que daban ganas de llorar de felicidad. Pienso en Tristán, pienso los felices que fueron mis padres y sonrío, ellos de verdad que se amaban y apreciaban mucho sus diferencias él de una tierra donde el cóndor vuela por lo alto y ella de una tierra donde el misterio jamás se revela.
Dos mundos distintos y dos razas distintas, pero estaban muy enamorados.
Veo a un Roberto vestido de blanco inclusive sus zapatos de charol, tiene su sombrero campesino sobre su cabello negro como aquellos días en que labraba la tierra en el jardín, a su lado, Juliana, con sus cabellos rubios perfectamente ordenados en un peinado suelto y vestida de un traje corte imperial blanco hasta el piso luciendo joyas como si fuese de la nobleza de algún reino. La última vez que vi a mis amados padres así de vestidos fue cuando Tristán había cumplido diez años, la edad suficiente para que todos los que le conocían se dieran cuenta que era tan puro como el oro cuando es sacado de una mina.
Entonces por puro capricho me doy cuenta que el bebé no es mi hermano, ambos me miraron entrar de un todo a la habitación con ese amor que tanto necesité cuando ellos me dejaron.
—Es nuestra pequeña Emilia, Robbie.
Lloro, me hacen tanta falta y quiero abrazarlos, decirles cuanto los echo de menos y que quiero que no me dejen, pero es mi padre quien me detiene.
—Tranquila mi pequeña. —Me dice allí de pie deteniéndome con una mano sin tocarme. —Lo vamos a cuidar muy bien.
No sé a qué se refiere o que es lo que está pasando, pero mi madre parece aferrarse demasiado al bebé. — ¿A quién van a cuidar bien, papi?
—A este hermoso caballero.
Y mi madre me muestra a un hermoso niño de piel naturalmente bronceada, cabello negro como el carbón y unas letras en hindi como si fuesen un tatuaje alrededor de su manita regordeta.
Recuerdo, palpo mi vientre y no hay una forma, no tengo dudas que ese es mi bebé.
—Lo sentimos mucho, mi pequeña niña —Me dice papá. —No era lo que queríamos para ti, pensábamos que nada malo te iba a pasar.
—Queríamos que fueses una niña normal. —Dice mi mamá para continuar lo que mi padre no puede decir: —Yo tenía un deber y así no estuviera con mi gente debía continuar mi misión.
—Fuimos traicionados. —Ella mira apenada a papá. —No cumplieron nuestro pacto, nos cegaron la vida y todavía quieren a Emilia.
—No hiciste nada malo, mi amada esposa y compañera. —Papá abraza a mamá y yo lloro en gran dolor.
— ¡No me pueden hacer esto!
—Su vida ya se apagó muy rápido, vivirá en tu corazón como creo que nosotros vivimos. —Mi madre arrulla a mi bebé. —Serás el mejor recuerdo ¿verdad?
ESTÁS LEYENDO
SERIE RAZAS ANTIGUAS I: La Promesa del Rey Oscuro. *FINALIZADA*
Ficción GeneralEmilia Vega es una soñadora que con tan solo veintiún años es entregada como esclava junto con su prima Izzie para saldar una deuda que los tíos tienen con una proxeneta. Lo que no esperaba es que el lugar donde iría a ofrecer sus servicios sería un...