Capitulo 5 🏹 Cicatriz

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Rokken observaba la escena con el semblante cada vez más angustiado y se removía, impotente. Irsa, por su parte, tampoco lo llevaba muy bien pero incluso su preocupación tenía la gracia común en las doncellas, aquella que tal vez las hace ver todavía más agraciadas.

—Debe levantar más alto el brazo y separar las piernas un poco más, mi señora — sugirió Qasha alzando un brazo para mostrarle a Kaly cómo debía moverse —, así tendrá más apoyo y seguridad para atacar.

Kaly trató de hacer acopio de resistencia a pesar de que había caído más veces de las que le habría gustado admitir. Tenía el pantalón y la almilla hechos jirones y la larga trenza castaña le caía en mechones desordenados teñidos del fango con el que se había salpicado una y otra vez al caer.

Sentía las gruesas gotas de sudor resbalándole por el rostro y la espalda, pero no iba a darse por vencida hasta haber aprendido la posición de ataque que Qasha del pantano intentaba enseñarle con una paciencia infinita.

Había sido una mañana bastante gélida y el sol tampoco había salido en toda la tarde. La helada se estaba intensificando y removiendo con fiereza las hojas de los viejos arkones que rodeaban la armería posterior de la fortaleza que ya nadie frecuentaba y que Kaly había elegido como su patio de entrenamiento de ahí en adelante.

El Castillo Oscuro poseía cuatro armerías en total pero solo dos eran usadas, una que daba a los enormes portones de la entrada y la que había sido edificada muy cerca de los dos torreones más altos en el lado sur, y que también lindaba con los aposentos del Rey. La tercera estaba siendo reparada por los constructores, ya que parte de la enorme piedra que constituía una de las almenas más aledañas había caído y el resto amenazaba con desplomarse pronto.

Kaly se encontraba en la última y la menos frecuentada, ya que allí, solo sobrevivían los arkones de hojas negras y violáceas, y los espinos, que en algunos casos eran venenosos; no destacaba por su belleza, eso era verdad, sin embargo, a Kaly le había gustado precisamente por su aridez, pero sobretodo, por el silencio y la privacidad que ofrecía.

Lo que menos deseaba era entrenar delante de caballeros, mujeres y mozos que la observarían para después hablar y reírse de su extraña forma de moverse, como ya habían hecho un grupo de jóvenes en Sarkya cuando la vieron practicar con una espada.

Kaly no era tonta y era consciente de la imagen tan penosa que daría a quien la viera en esos momentos anadeando y logrando apenas tenerse en pie. De hecho, solo había permitido que la acompañaran Irsa y Rokken porque confiaba en ellos y también porque tenía la certeza de que no habría sido posible deshacerse de ellos con facilidad aunque quisiera.

Pero sí les había hecho prometer, de antemano, que no podían intervenir o ayudarla de algún modo, puesto que más de una vez, se habían precipitado a levantarla del suelo cuando caía y ella les había hecho un gesto negativo para recordarles la promesa. Sin embargo, Rokken la observaba y apenas podía soportar ver que Kaly caía una y otra vez.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora