Capítulo 37 🏹 Acuerdos y enemistades

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—Los Akeryos no pueden estar aquí — soltó Oryana Asmekuros sin preámbulos señalando a Aruno, Lenko y Qasha con un ademán. Los tres se habían apostado muy cerca de su comandante y sostenían sus archas con una expresión impasible; sin embargo, se tensaron al oír a la señora en Eduryon hablar con tanta parquedad —. Es una reunión privada en la que sólo pueden estar presentes los Reyes y los nobles señores vasallos.

La comandante de los Akeryos estaba a punto de sentarse cuando escuchó aquellas palabras tajantes.

El Rey Taluryo había ordenado montar una gigantesca tienda de gruesa tela dorada en medio del campamento, con dos grandes mesas alargadas que pudieran dar cabida a ambas cortes.

Aquello sólo había puesto de manifiesto la ya de por sí clara división y desconfianza que existía entre algunos de ellos, ya que, todos los que habían llegado a Los Puntos con Bastenon estaban sentados a su lado, incluída Sarka Leskuren. En la mesa opuesta se hallaban Taluryo, Eduryon, Alakron y Oryana; ella vio que al entrar éste último tenía sus manos unidas a las de la princesa Tarsia, pero los dos intercambiaron una mirada extraña y melancólica cuando tuvieron que separarse.

A Oryana no le hubiera importado que el príncipe decidiera estar al lado de Bastenon y de Tarsia, no lo habría tomado como una ofensa en absoluto. No obstante, conocía a los Asmekuros lo suficiente para saber que no podían ser influenciados o impelidos por nadie a hacer algo de lo que no estuvieran convencidos plenamente, y ella los admiró por eso.

—Todos ustedes han traído sus caballeros y Espadas Blancas — dijo Oryana señalando a Xaro y a los demás guardias y caballeros que rodeaban el interior de la tienda. Había tres de ellos por cada casa noble, al menos, sosteniendo los respectivos estandartes —. Aruno, Qasha y Lenko son mis consejeros y los Akeryos en los que más confío, mi señora — su tono se hizo más firme mientras miraba a Oryana Asmekuros sentada en medio de sus hijas —, así que puede estar segura de que, como los caballeros, los Akeryos serán prudentes y no dirán una palabra de todo lo que hablemos aquí adentro.

Aruno, Qasha y Lenko ya se estaban moviendo hacia la entrada de la tienda y se volvieron cuando escucharon a Oryana. Ella los miró y asintió.

—Los caballeros y Capas Blancas han jurado lealtad al reino — replicó con altivez la madre de los Asmekuros, su expresión era retadora —. Los guerreros Akeryos por otra parte, no han hecho ningún juramento y no están obligados a guardar su palabra, ¿entonces, qué te hace pensar que no van a traicionarte y divulgar lo que escuchen por unas cuantas monedas de oro?

—Madre — reconvino Eduryon en voz baja y severa.

—Los Akeryos no van a hacer tal cosa, así que todos pueden estar tranquilos — repuso Oryana con serenidad, aunque aquello claramente era una ofensa y ella sentía que un ramalazo de ira la recorría. Notó muchas miradas sobre ella, pero se negó a apartar la suya de Oryana Asmekuros —, y como bien has dicho, señora en Eduryon, ellos no han sido obligados a arrodillarse ni a jurar, de modo que su lealtad es un pleno acto de voluntad y confianza que han puesto en mí. Los Akeryos van a quedarse. Espero que no tengas alguna otra objeción al respecto para que podamos hablar de los asuntos que en verdad nos atañen — concluyó mientras se dejaba caer en la silla.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora