Todo estaba en silencio, excepto por el crujido que hacía la madera mientras la embarcación se balanceaba suavemente. Oryana agradecía infinitamente la quietud momentánea del mar.
El día anterior, el cielo cerrado y ausente de sol de la tarde anunció la tormenta que iba a caer durante la noche. Ni siquiera había oscurecido a plenitud cuando ya las olas embravecidas del Irkaso sacudían el vientre de la nave. El capitán empleó hasta al último hombre y mujer abordo para controlarla y evitar un posible naufragio.
Oryana acudió a la llamada de Senkyo Baruntos junto con los demás marinos Akeryos y anudó una cuerda tras otra, empujó los aparejos y se movía tan deprisa como podía ante las órdenes y los gritos que el capitán repartía a diestra y siniestra.
Pronto se acostumbró al agua salada que se le metía en la boca y hacía que le escocieran los ojos.
El mar era imponente y estaba hambriento.
Dos hombres habían caído por la borda mientras Oryana contemplaba, aterrada, el remolino que los había engullido para siempre. El capitán Senkyo le había dado un fuerte empujón para que saliera del letargo y la instó a servir de vigía en el extremo de proa.
—El Irkaso apenas nos ha acariciado, marina novata — reconvino Senkyo cuando las aguas se calmaron un poco —. Espero que estés mejor preparada el día que de verdad nos golpee con sus puños salados.
Pero a Aruno le resultaba mucho más intimidante el mar que a ella, y había permanecido remando bajo la cubierta todo el tiempo, aunque el capitán le ordenó varias veces que subiera para izar las velas.
Senkyo estaba muy ocupado para bajar por él en persona, pero no había olvidado su desacato y le impuso un castigo una vez el mar se apaciguó.
Lo ató de las manos al mástil posterior, el que debió resguardar durante la tormenta y le dijo que si se atrevía a moverse de ahí durante lo que quedaba de la travesía, no entraría en la fortaleza de los Akeryos.
Y aun faltaban casi dos días para atracar en las Islas Dronas.
Oryana se acercaba y le daba pan y agua, ya que el capitán no lo había prohibido, pero no podía hacer nada más por él. Era evidente que Aruno le temía al mar, ya que desde que zarparon en Puerto Yermo, su rostro se había contraído y parecía más pálido de lo habitual.
Sería un viaje largo para él, y Oryana no creía que permanecer amarrado al mástil ayudara a disminuir su miedo en lo absoluto. Todo lo opuesto.
Ya había anochecido de nuevo y Oryana yacía tendida en las bodegas de carga, debajo de cubierta, al lado de Rokken y Qasha. Ninguno de los dos había considerado necesario adquirir otros nombres, puesto que todos los marinos Akeryos los motejaban "jorobas" y "guerrera caracortada" respectivamente.
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Reinos Oscuros, Libro I
FantasyPublicada en físico por UNIVERSO DE LETRAS, sello de la Editorial Planeta, también disponible en Ebook. Registrada en Derecho de Autor, Colombia. Kalyana, la joven princesa heredera de Sarkya se encuentra sumida en la melancolía por los trágicos suc...