Kaly se puso de pie y se agarró con fuerza a la madera que enmarcaba el mirador. Gruesas lágrimas le recorrían las mejillas, y debajo de la armadura, tenía la almilla húmeda por el llanto. Sus manos temblaban y el pecho le dolía por el esfuerzo de intentar reprimir la rabia, la frustración, el asco y la humillación al enterarse de todo lo que le habían hecho cuando ella ni siquiera podía protestar o defenderse. Sentía que la vida se había ensañado con ella terriblemente sin razón alguna, sentía que estaba recibiendo un castigo y se preguntaba por qué, de entre todas las personas, le había tocado a ella esa clase de suerte.
No es que deseara que alguien más pasara por lo que ella estaba pasando, pero no dejaba de preguntarse qué había hecho para merecerlo.
—Déjame sola, madre — dijo, de espaldas a ella.
Orfela seguía sentada y ella alcanzaba a oír sus suaves sollozos.
—Kalyana... — la silla crujió un poco cuando se levantó.
—¡Que me dejes sola! — espetó firmemente — ¡Vete!
Su madre no dijo nada y retrocedió. Sólo cuando se oyó el chasquido de la puerta al cerrarse, Kaly se abandonó a la pena de manera intensa y sin contenerse.
Hasta ese momento, se había esforzado por controlarse. Sin embargo, Orfela no había llegado a la mitad de su relato, cuando ya las lágrimas afloraban a su rostro silenciosamente.
Pero una vez sola en la cámara del rey, Kaly se despojó de la armadura que llevaba puesta, se arrancó el peto y lo lanzó con rabia. El metal hizo un ruido ensordecedor al estrellarse contra la pared y caer al suelo.
Se desató la espada envainada del cinto, y también la arrojó lejos. La fuerza desmedida la hizo perder el equilibrio y cayó sobre la alfombra manchada de vino.
No se molestó en ponerse de pie. Enterró las uñas de sus manos en su cuero cabelludo y lloró estrepitosamente.
Cuando se cansaba, respiraba profundamente, pero entonces, las palabras de Orfela caían sobre ella otra vez, unas tras otras, como implacables latigazos, agrandando el dolor que ella creía infinito. Luego, un nuevo acceso de llanto se apoderaba de ella y el ritual se repetía.
Hasta que Bastenon irrumpió por la puerta.
Se quedó perplejo y por un instante no supo qué hacer cuando la vio allí tendida, con el cabello enmarañado y los ojos enrojecidos de tanto llorar. Optó por correr hacia ella y levantarla del suelo.
Kaly estaba cansada y sentía las piernas adoloridas, así que agradeció la calidez que emanaba del Rey cuando la depositó sobre el lecho.
Bastenon la acunó contra su pecho, como si fuera una niña y le apartaba el cabello enredado del rostro. Él no dijo nada y tampoco se atrevió a hacerle preguntas. Kaly agradeció profundamente ese silencio, pero aún en medio de su propia pena, se le encogió el corazón cuando alzó el rostro para mirarlo y vio su expresión demacrada y cargada de angustia e impotencia.
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Reinos Oscuros, Libro I
FantasiPublicada en físico por UNIVERSO DE LETRAS, sello de la Editorial Planeta, también disponible en Ebook. Registrada en Derecho de Autor, Colombia. Kalyana, la joven princesa heredera de Sarkya se encuentra sumida en la melancolía por los trágicos suc...