Capítulo 34 🏹 El señorío en Eduryon

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Casi todos los Akeryos del campamento dormían, y algunos de ellos lo hacían en pleno prado, apretando sus archas con una o ambas manos. La luna derramaba su luz blanquecina sobre sus rostros endurecidos y cicatrizados luego de tantas luchas. Los eslabones destellaban en brazos y melenas como extrañas serpientes plateadas.

Oryana observó la línea de guerreros que hacían de centinelas esa noche, apostados en los troncos de los arkones y dando rondas cortas por el bosque con gujas, arcos y hachas.

—¿Estás segura de que no quieres esperar hasta mañana y marchar al menos con algunos escuadrones? — inquirió Lenko caminando a su lado. Llevaba su archa en la espalda, igual que Oryana su arco y su Matasekudros, como los guerreros llamaban su archa.

Ella negó con la cabeza.

—Según lo que los príncipes han dicho — señaló a Eduryon y a Arkela que iban detrás de ella sin dejar de lanzar miradas curiosas a los Derakyos que trotaban alegremente al lado de Oryana. Raden y Qasha cerraban la marcha —, Taluryo Iberok ya habrá marchado mañana hacia El Castillo Oscuro con sus ejércitos. Si avanzamos sin deternos, a nosotros nos tomará alrededor de tres días llegar, y ya para ese entonces, los dos reyes se habrán enfrentado.

—Pero no sabemos si ese Rey Levantado va a querer escucharte siquiera — objetó el mercenario moviendo las manos enguantadas con algo de ansiedad. Aruno iba a su derecha y no dijo nada, pero su mirada expresaba la misma preocupación del Mercenario —. Puede tomarte como rehén, como a esos señores norteños, y luego matarte.

Oryana percibió la mirada glacial que se formó en el rostro severo de Eduryon cuando Lenko se refirió a ellos como "esos señores". Su hermana le puso una mano en el hombro y le sonrió para relajarlo.

La fortaleza de Arkela Paltrek era laudable, pensó Oryana. Su esposo, Egneton debía llevar varios días como prisionero y aún así, tenía la fuerza suficiente para reconfortar a su hermano. Ella no quería ni pensar en lo que sería capaz de hacer si Bastenon se encontrara en la misma situación.

Por otra parte, Egneton seguía siendo su tío y aunque lo que había hablado con él y lo que ambos compartieron había sido tan poco, sentía un hilillo invisible tirarle del pecho como si lo conociera de toda la vida. Tampoco olvidaba la valentía y la fidelidad con la que Alakron había luchado a su lado para defender el Castillo Oscuro cuando Edron Saravenkot montó el asedio.

Tenía que hallar la forma de liberarlos.

—Confía en mí, Lenko — dijo dedicándole una mirada firme y cálida —. Eso no va a ocurrir.

El Mercenario abrió mucho los ojos como si fuera la primera vez que alguien le dijera aquellas palabras con total sinceridad.

Pronto llegaron al lindero del bosque en donde se encontraba Gaero, recostado contra el viejo tronco de un arkón, con su habitual sonrisa osada.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora