Capítulo 3 🏹 Amarga resignación

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Dos días después, Kaly partió hacia el Castillo Oscuro, puesto que había emprendido el viaje al amanecer tras haber hablado con su madre por última vez, o mejor dicho, desde que ella le impusiera la detestable orden que marcaría el sendero de su vida para siempre.

Sin embargo y pese a todo, sabía que no solo se alejaba de su hermana sino de su madre también, y constituía uno de sus recuerdos más bellos y duraderos, la despedida de Orfela la noche antes de partir.

Kaly había estado reuniendo las pocas pertenencias que consideraba necesarias, a pesar de no saber nada sobre el castillo al que iría y lo que en él iba a necesitar. Así pues, de entre todas las cosas que eran suyas y cuyo valor era inimaginable, determinó con añoranza ciega que se llevaría el prendedor en forma de mariposa plateada con incrustaciones de Lágrimas de Luna en el centro; la joya era muy importante para ella porque, mientras que Kaly tenía en su poder una de las alas y medio cuerpo del hermoso insecto, Sarka tenía la otra mitad, pero el suyo no era un prendedor sino una cadena de plata que lucía siempre con toda la altivez que cabía en una chiquilla tan dulce como ella.

El padre de ambas había adquirido el precioso tesoro de una comerciante arenkana que vendía y adquiría maravillosas y extrañas piedras preciosas de todas las partes del mundo. Traveno ordenó al orfebre que elaborara con cada parte algo que a las princesas les gustara mucho.

Luego de guardar el prendedor, se acercó al pesado y ancho baúl situado debajo de la única ventana que le ofreció la última visión nocturna de Sarkya. A lo lejos, las nubes habían oscurecido tanto que resaltaban como sombras contra el cielo azul oscuro que aún refulgía con vestigios del atardecer.

Kaly abrió el baúl y extrajo un arco de madera gris pintada, acarició con fascinación el entramado de curvas y espirales que habían grabado de un extremo al otro con experta destreza los carpinteros y escultores. Pasó un dedo por el hilo templado para constatar que aún estaba cortante. Las flechas eran largas y ligeras como el viento, con tupidas plumas doradas en las puntas. Junto al arco, había un vestido blanco de fina y delicada seda blanca que Kaly nunca había llegado a lucir desde que su padre se lo había regalado en su décimo sexto año.

Se llevaría el arco puesto que en vida había pertenecido a Devron y de esa manera, siempre que lo viera recordaría la expresión de felicidad y satisfacción que había embargado a su hermano cada vez que practicaba con él.

Pero de su madre no tenía nada, pensó con tristeza.

De repente, una sombra se movió desde el umbral de su cámara. Ella se sobresaltó mucho pero el recelo no desapareció por completo al descubrir que era su madre.

—No he querido asustarte — se disculpó ella, mirándola fijamente, sin mostrar emoción.

Aunque Kaly quería correr hacia ella y abrazarla como nunca lo había hecho y de ese modo, poder decirle lo mucho que la quería y cuanto la echaría de menos, su madre no era muy dada a recibir bien las muestras de afecto y el cariño que Kaly sentía hacia ella no superaba las barreras del respeto y la admiración.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora