Capítulo 28 🏹 Aneryo y Sarkyo

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—Tienes que comer, Oryana — dijo Lenko Dunhsek echando un vistazo a la comida intacta, que había dejado la noche anterior. Se apoyó en la puerta de la celda con un suspiro suave.

La escasa luz del fuego que iluminaba el corredor penetraba por la pequeña abertura superior de la puerta y dibujaba el perfil del Mercenario Drono con tanta perfección, que cada gesto por leve que fuera resaltaba claramente sobre las paredes.

—¿Qué hay de los demás Akeryos? — rebatió ella, sentada en el piso de piedra con las piernas flexionadas — ¿Reciben ellos comida?

Había sido recluida en las mazmorras subterráneas de la Torre Drona, pero oía gritos profundos por debajo de ella constantemente, así que debía haber más celdas debajo.

Casi cien guerreros Akeryos habían sido puestos allí también y como ya había algunos prisioneros más antes del levantamiento, las mazmorras estaban a rebosar y cada celda, pensada para dos o tres, era ocupada por casi diez personas. Lenko era el único que entraba a su celda y se había enterado de todo eso por él, pero había preguntas que Oryana le hacía ante las que guardaba silencio.

Era una de las pocas prisioneras que tenía una celda sólo para ella, ya que Ulkaro la consideraba una agitadora peligrosa que estaba poniendo en peligro la unión de la Hermandad.

—Me estoy arriesgando demasiado, se supone que no puedes ver a nadie y que no debes comer hasta que termine tu reclusión esta noche — repuso Lenko —. Aprende a preocuparte por ti misma para poder luchar por los demás.

—¿Y cuándo saldrán ellos? — insistió.

—¿Acaso no escuchaste lo que acabo de decirte? — resopló, exasperado.

—Sé que Ulkaro va a matarme, Lenko. Escuché cuando se lo dijo a Jyrok en la cámara del comandante. Pero esperará el momento apropiado para hacerlo y pretende obligar a los Akeryos a luchar con Taluryo Iberok o Krovalon Saravenkot.

—Krovalon Saravenkot — confirmó mientras se despegaba de la puerta y empezaba a caminar por el estrecho espacio de la celda —. Ya lo ha anunciado a todos y no tendrá que obligarlos en absoluto. El oro y las demás recompensas que quedan tras una conquista los han convencido de tomar partido. Los constructores y marinos están preparando las naves de guerra.

Oryana palideció.

—¿Nadie ha... todos estuvieron de acuerdo? — preguntó, turbada —. Ulkaro no puede hacer esto, él no es el comandante.

—Creo que ya te diste cuenta que Razolnik no aporta mucho como líder en este momento, estando confinado en la torre.

—No lo entiendes... — se inclinó hacia adelante para cambiar de posición, y una roca o tal vez un clavo se le enterró en la palma de la mano. En la celda no había lecho, ni siquiera los conocidos sacos de hojarasca que había en las fortalezas como Sarkya o los duros camastros de las prisiones del Castillo Oscuro —. Ulkaro está envenenando a su padre, lo está matando poco a poco.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora