Capítulo 36 🏹 Añoranza y frialdad

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—Eres la princesa de Sarkya — confirmó Lenko alzando su archa sobre la cabeza de Oryana.

Ella tuvo su escudo y detuvo el embate mientras se giraba rápidamente, pero hizo una mueca cuando el brazo izquierdo se le entumeció bajo la fuerza del Mercenario.

—Lo era, Lenko — dijo ella arremetiendo con el asa de su archa en el costado de su oponente —. Ahora soy una Akerya.

El Mercenario se dobló hacia atrás por la columna, y el archa de Oryana pasó sobre él sin rozarlo jamás. Los pliegues negros del jubón que llevaba debajo de la armadura, también negra, se agitaban grácilmente cada vez que él se movía y sus eslabones de plata centelleaban muy juntos en su larga melena.

Llevaban un buen rato entrenando, la apariencia del Mercenario Drono era impecable y su rostro conservaba la misma serenidad salvaje de siempre. Ella, en cambio, jadeaba y el cabello, que había vuelto a ser castaño claro a medida que crecía, se le pegaba al frente sudorosa. A Aruno se le notaba mucho más el tono plateado natural, pero ya habían decidido que no tenía caso volver a pintarlo, estaban en el Norte y muchos sabían quiénes eran.

Aguardaban la llegada del Rey Bastenon y algunos de los miembros de su corte en cualquier momento, y a pesar de su cansancio, Oryana agradeció que Lenko hubiera aceptado ejercitarse con ella porque eso le permitía tener algo en lo que estar concentrada, pues de lo contrario, Los nervios y la angustia no la dejarían tranquila, de eso estaba segura.

Habían montado un campamento en Los Puntos, justo en la mitad del camino que separaba al señorío en Eduryon del Castillo Oscuro. Los guerreros y caballeros leales a Taluryo se movían de aquí para allá y los estandartes azules y plateados ondeaban por todas las partes con el emblema de la casa Idrakon.

Hacía dos días que Oryana había partido de Eduryon tras haber dejado el señorío instaurado nuevamente bajo el dominio de los Asmekuros, a quienes les pertenecía por herencia legítima. Qasha, Lenko y Aruno la acompañaban lealmente, y también el Rey Taluryo con una gran parte de sus ejércitos.

Eduryon ya había volado hacia el Castillo Oscuro con la oferta de tregua del Rey Taluryo y la comandante de los Akeryos, y el príncipe había vuelto esa misma mañana con la respuesta de Bastenon, según la cual, aceptaría reunirse con ambos y escucharlos. Pero hubo algo en la expresión grave de Eduryon mientras hablaba que a Oryana no le gustó nada.

Ella hubiera preferido celebrar un concilio privado con Bastenon antes, porque sabía que dos mil guerreros encabezados por el Rey de Oriente que había estado en un punto de hacerse con el Norte no eran la imagen propicia para convencerlo de formar alianzas. Sin embargo, Taluryo se había negado rotundamente a dejarla partir sola. La realidad era que no deseaba que ella se encontrara a solas con Bastenon y esa era su forma de recordarle la promesa que había hecho.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora