Capítulo 31 🏹 Los desterrados y los prisioneros

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—¿Sólo son ellos?

Oryana se hallaba en el patio de armas con la vista fija en los chicos que entraban en ese momento por las puertas de la fortaleza. Todos lucían demacrados, delgados, con cicatrices en muchas partes de su cuerpo que la ropa hecha jirones no conseguía ocultar. Sin embargo, sus miradas eran salvajes y resentidas y se movían un poco encorvados, inclinando la cabeza con recelo.

Uno de los armeros descargó un gran martillo para dar forma al archa que estaba forjando y todos ellos, sin excepción, se sobresaltaron y enseñaron los dientes. Parecían perros hoscos que reaccionan mal ante la presencia de un extraño o ante cualquier ruido.

No eran más de cincuenta y casi todos eran chicos, sólo había quince chicas. Sus figuras esbeltas eran lo único que las diferenciaba de ellos, ya que todos llevaban el cabello largo y enmarañado.

—Algunos huyeron en cuanto vieron que nos acercábamos a sus guaridas — repuso Aruno con una sombra de lástima —. Estaban cazando a uno de los niños más pequeños cuando llegamos. Con lanzas.

Oryana hizo una mueca, apesadumbrada.

—¿Crees que sus padres aún están en la Torre? — inquirió ella viendo cómo uno de los chicos, un pelirrojo, se abalanzaba sobre el fango para recoger las cáscaras de los frutos salvajes que los Akeryos de Puerto Yermo habían traído el día anterior. Algunos lo imitaron y enseguida comenzó una verdadera batalla por las cáscaras.

Oryana hizo una señal y los guerreros separaron a los chicos que gruñían y arañaban como verdaderas bestias.

Fue Lenko el que respondió.

—Es posible — tenía un corte en la mejilla que tal vez le hubiera hecho alguno de los chicos salvajes —. Pero casi todos ellos fueron desterrados del castillo cuando apenas andaban por sí mismos, así que no creo que sus padres puedan reconocerlos ahora — se volvió hacia ella — ¿Qué quieres que hagamos con ellos?

—Darles de comer y ya luego veremos en dónde van a dormir.

—Son salvajes, Oryana, podrían matar a algún guerrero en cualquier momento — replicó el Mercenario con gravedad volviendo la vista hacia los chicos que pataleaban como un caballo indómito —. Además, los Akeryos que vinieron con Gaero ocuparon todos los cuartos y cámaras. Algunos incluso están durmiendo en las armerías y el comedor.

—Pronto nos marcharemos al Norte y quedará mucho espacio en la torre — dijo Oryana —. No podía dejar las islas sabiendo que había niños deambulando solos y matándose entre sí.

Aruno asintió y los mechones oscuros se le sacudieron un poco, mostrando raíces tan plateadas que cegaban bajo la luz del sol. Pero no tenía ningún sentido volver a pintárselo, ya que, si regresaban al Norte, pronto se descubriría quiénes eran ellos realmente.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora