Capítulo 10 🏹 Los príncipes

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Un niño de cabellos oscuros y mejillas sonrosadas corría por el patio de armas del Castillo Oscuro, seguido por dos pequeñas que chillaban alegres mientras, los que parecían ser sus padres, los observaban con una ternura infinita. De pronto, ambas le dieron alcance y se abalanzaron sobre él con demasiada fuerza, derribándolo. Cuando el chico se puso en pie, un hilillo de sangre le resbalaba por el labio inferior y su madre corrió hacia él, angustiada. Él se limpió con su antebrazo y esbozó una mueca de hastío al ver que sus hermanas también lo rodeaban, sintiéndose culpables.

La escena cambiaba y aparecía el mismo chico, un poco mayor y más alto, cabalgando junto a un hombre encanecido pero aun apuesto, su padre, el parecido entre ellos era extraordinario al igual que los gestos que el chico intentaba imitar de él tan fielmente como podía.

Ambos descendieron de sus monturas al final de un basto campo de trigo, y luego se detuvieron al pie de un arkón grisáceo en busca de sombra. Entonces, el muchacho se arrodilló y el hombre que lo acompañaba, desenvainó una larga espada cuyo metal centelleó a la luz del sol; el joven la tomó entre sus manos con una expresión reverente y la sangre brotó de sus palmas, no obstante, él ni siquiera hizo un gesto de dolor, sino que se irguió, depositó la espada en su vaina y abrazó a su padre con un orgullo y afecto infinitos.

De repente, como si una cortina oscura se desplegara, todo se tornó sombrío y la oscuridad de la noche cayó con brusquedad. El chico se había convertido en un hombre apuesto y temerario que encabezaba un ejército de soldados bastante numeroso, al lado de su padre, quien ya para ese entonces, estaba más entrado en años y lucía el cabello casi enteramente plateado bajo la corona en llamas, el emblema de su casa; sin embargo, su expresión seguía presumiendo astucia, tenacidad y sabiduría y su hijo no dejaba de observarlo con admiración.

Al parecer, acababan de ganar una batalla porque el Rey atravesaba el campamento acompañado de sus siete Espadas Blancas, con la cota de malla cubierta de sangre y una sonrisa orgullosa le iluminaba el rostro. De pronto, el señor del Castillo Oscuro se dobló en dos y sus mejillas se congestionaron hasta ponerse tan rojas como una manzana, el joven príncipe corrió a su lado y logró sostenerlo antes de que cayera a tierra. De la boca del Rey, brotó la sangre salpicando su armadura y el muchacho palideció de horror; abrazó a su padre sin llorar pero sus nudillos estaban blancos y finas gotas de sangre manaron al aferrar la cota de malla de su padre por el filo del metal. El resto de los caballeros los observaban, consternados, entre ellos, Xaro.

Desde antes de la muerte del Rey, el príncipe ya evidenciaba un temperamento severo y poco risueño que tendía a la amargura, pero luego de eso, sus gestos se habían convertido en una perfecta máscara de frialdad. Ese rostro implacable no lo abandonó, ni siquiera cuando tuvo que cerrar los ojos de su madre en el lecho de su muerte, acompañado de sus dos hermanas. Pronto, el príncipe se convirtió en Rey del Castillo Oscuro, un Rey sombrío y adusto.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora