Capitulo 9 🏹 Confianza

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Los primeros días de confinamiento fueron un poco difíciles para Kaly porque, debido a la escasez de luz en la celda, no podía distinguir cuándo empezaba un día y cuándo terminaba otro. Sin embargo, alguien, tal vez algún guardia o el mismo Bastenon, dejaba una antorcha encendida fuera de la puerta al marcharse y Kaly observaba el fuego extinguirse con una rapidez aterradora, ya que para ella, la luz nunca duraba lo suficiente, y entonces volvía a quedar sumergida en las tinieblas. La comida y el agua, junto con alguna fruta de vez en cuando, eran depositados puntualmente por el Rey en la silla junto a ella, pero Kaly siempre fingía dormir o se giraba hacia la pared, ya que estaba decidida a no dirigirle la palabra.

Sin embargo, al serle negada la luz, ella aprendió a reconocer las pisadas de Bastenon por el chasquido que provocaban sus botas contra la piedra y la forma en la que parecían susurrar los pliegues de su capa cuando se movía. Al principio, ella contaba los días haciendo una raya después de que el Rey se marchaba, así que, una vez que la llave se hundía en el cerrojo, ella corría para aprovechar la preciosa luz de la antorcha y tomaba una pequeña roca que había encontrado palpando el suelo y marcaba el muro.

—Sé que puedes escucharme, Kalyana — murmuró el Rey un día con la voz desencajada, mientras se paraba frente a su lecho —. Dime la verdad para que pueda sacarte de aquí y con el tiempo, tal vez llegue a olvidar lo que has hecho y pueda perdonarte.

Kaly permaneció muy quieta e inconmovible y no le contestó. Soportaría aquel absurdo e inmerecido castigo y muy pronto, él se arrepentiría de no haber creído en ella.

Pero los verdaderos días amargos apenas estaban por comenzar.

La ausencia de la luz, el hecho de que por voluntad propia era muy poco lo que comía, el frío que helaba su cuerpo al traspasar los muros y los dolores en la cadera, no eran tan devastadores como el silencio y la soledad. Kaly no estaba preparada para ninguno de los dos.

Había crecido rodeada de doncellas, mozos, caballeros, maestros y no pasaba un día sin que hablara con muchos de ellos, por lo que la falta de compañía nunca había sido una preocupación para ella. Incluso cuando su madre la recluyó en su propia cámara por haber intentado huir con Lukan, o eso había creído Orfela, las doncellas entraban y conversaban con ella alegremente y Sarka también se deslizaba como un ratón de vez en cuando para hacerle compañía y hacerla reír. Además, podía disponer de libros para tener ocupada su mente y abría el enorme ventanal de su cuarto para contemplar las hermosas y salvajes montañas que rodeaban Sarkya y los espesos valles adornados de miles de arkones cuyos ramajes violáceos, celestes, amarillos, rosáceos y de diversas tonalidades más, lograban hacer que se sintiera libre pese a su encierro.

Sin embargo, el aislamiento desmesurado iba tragándose la cordura de Kaly a pasos agigantados y la iba alejando cada vez más de sí misma sin que ella pudiera siquiera notarlo. En algunas ocasiones, soñaba que su padre venía a visitarla y se sentaba junto a ella para hablarle y consolarla, que Sarka entraba por la puerta y ella podía incluso sentir la calidez del pequeño cuerpo de su hermana tumbándose a su lado, o algunas veces, cuando los sueños llegaban a ser más crueles todavía, veía con toda claridad que un Bastenon más justo y efusivo venía hasta ella y la sacaba de aquella celda en la que el auténtico Bastenon la había puesto, para llevarla a un bosque floreciente en donde ambos se tendían y él contemplaba el cielo etéreo mientras Kaly observaba, fascinada, los hermosos matices de los ojos ambarinos de él y pasaba las manos por los mechones sedosos y oscuros de su cabello negro.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora