Llegaron a Sarkya al amanecer, tal como Gaero Tekkarum afirmó. La luz pálida del alba hizo visibles, incluso desde la distancia, los daños que había sufrido la fortaleza durante el asedio de las tribus Denhkar.
Las murallas frontales tenían orificios profundos a través de los cuales se veían los torreones internos, el templo Kandro y la armería principal. También había hendiduras considerables en los extremos de las murallas laterales, otorgándoles la apariencia de una boca desdentada. La piedra gris, como la barba de un anciano, o al menos así solía llamarla Traveno Leskuren, aparecía requemada y ennegrecida en enormes círculos, allí donde los incendios se habían extendido.
Una niebla espesa aún cubría los bosques y la fortaleza misma. Oryana Indarok contemplaba todo aquello con el corazón desolado y entristecido.
Muchos rostros que la acompañaban se volvieron hacia ella y le dedicaban miradas pesarosas. Aruno, Qasha, Lenko, Raden y Gaero cabalgaban a su lado y venían charlando alegremente entre ellos; sin embargo, guardaron un silencio respetuoso y aplastante en cuanto vislumbraron el castillo. Oryana hubiera preferido seguir escuchando sus voces porque así no se encontraría oyendo los gritos de dolor que sonaban dentro de su cabeza y que ella quería ahogar.
El Rey Bastenon viajaba por delante de ella con su corte de nobles y caballeros, los príncipes Asmekuros y Venarko Flevaton entre ellos. Él sólo se volvió y la miró una vez, pero no había compasión en sus ojos; era una mirada dura cuyo objetivo era recordarle que el culpable de aquella catástrofe se encontraba muy cerca y ella había decidido perdonarlo.
Taluryo Iberok estaba detrás de Oryana, rodeado de sus guardias y su primer comandante, Filen, se había convertido en su sombra desde que llegó de Oriente, y cuya lealtad estaba más que probada. Filen había servido al padre de Taluryo, Karyo Iberok y siempre se negó a creer que el hijo de su señor hubiera muerto, así que lo buscó incansablemente y no permitió que el tiempo le hiciera perder la esperanza, hasta que lo encontró en el Norte, en una aldea cercana a Sarkya, diecisiete años después. Filen había gastado hasta la última moneda de oro que había recibido como Capa Blanca en el Reino de Idrakon, pagándole a todo aquel que afirmara saber algo sobre el heredero del trono de Idrakon, y una vez lo encontró, el mismo Taluryo Iberok recompensó su fidelidad con creces y lo convirtió en su primer comandante y mano derecha. El caballero y cincuenta mercenarios diestros de oriente se habían unido a la guardia de Taluryo durante la noche, cuando estaban a mitad de camino, pasando por el pequeño señorío en Eranya y cuyo señor era banderizo de Sarkya.
Oryana sabía que no era coincidencia que Taluryo deseara contar con más protección, pues aunque casi cien hombres lo acompañaban, seguían siendo pocos para escoltar a un Rey.
La oscuridad cayó sobre Oryana de repente y oyó silbidos muy cerca.
Eran flechas y lo que le impedía ver eran los escudos de los Akeryos que la flanqueaban. No obstante, los escudos dejaron un pequeño espacio y la comandante pudo ver que los arqueros parapetados en las almenas lucían en el peto el emblema de Sarkya.
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Reinos Oscuros, Libro I
FantasyPublicada en físico por UNIVERSO DE LETRAS, sello de la Editorial Planeta, también disponible en Ebook. Registrada en Derecho de Autor, Colombia. Kalyana, la joven princesa heredera de Sarkya se encuentra sumida en la melancolía por los trágicos suc...