—Mi hermano Venarko siempre ha sido bueno conmigo y me ha defendido más veces de las que recuerdo — dijo Orzekel con los brazos extendidos sobre sus rodillas —. Pero mi padre siempre sintió una gran predilección hacia él que no se molestó en ocultar.
Kaly dio un trago a la cerveza de miel que tenía en la mano y se tumbó al lado del príncipe. No era tan espumosa y rica como la que elaboraban los fermentadores del Castillo Oscuro, pero se la tomó igualmente.
—¿Defenderte de quién?
—De las burlas de los sirvientes, de los guardias — repuso sin rastro de emoción, como si hablara de alguien más —. De mi padre.
Ella no sabía muy bien qué había ocurrido con Orzekel luego de la Ascensión, pero parecía haberse convertido en un joven espontáneo y muy locuaz. Y a Kaly le agradaba.
—Sólo mi madre, Idaleska Flevaton, me amaba realmente — siguió diciendo — y la Lyperia la mató cuando yo apenas tenía diez años. Ella entendió muy pronto que yo no era como los demás niños y que no me gustaban las armas, así que convencía a mi padre de que yo aún no estaba preparado para aprender a combatir. Mi madre era la única persona a quien él obedecía y su muerte tuvo un efecto devastador en él — su mandíbula se tensó como si hilos invisibles tiraran de ella —. Nunca fue un hombre cálido, pero se tornó mucho más cruel después de eso, y en lugar de respetar mi duelo, me instó a entrenar todos los días con su maestro de armas y los demás guardias.
Una lavandera pasó frente a ellos y chillaba alegremente cada vez que el ebrio que la perseguía le pellizcaba las anchas caderas. Hasta que los dos cayeron y rodaron sobre la hierba; a ella se le levantó el vestido dejando a la vista sus piernas cortas y regordetas, y eso, en lugar de avergonzarla, hizo que los dos estallaran en estridente carcajada.
Qasha estaba a pocos pasos, acercando los caballos al río para que abrevaran, y Kaly sonrió disimuladamente cuando vio la cara de reprobación que la guerrera le dedicó a la pareja que todavía se reía con estrépito.
Era curioso imaginar que, mientras Kaly insistía en Sarkya para que su madre le permitiera aprender a combatir, había un joven en otro castillo que suplicaba a su padre todo lo contrario. Ella disfrutaba tanto entrenarse con Qasha y con los caballeros, que no se le ocurrió pensar que eso pudiera resultarle desagradable y agotador a alguien más.
Y aun así, resultaba irónico que Orzekel fuera un guerrero mucho más diestro y curtido que ella.
Se encontraban sentados en un prado, al borde de las hondas corrientes del Derkasso y el resplandor del sol ya se veía asomar entre las colinas, más allá de las aldeas. Estaba amaneciendo.
—Creo que no sólo tu madre y tu hermano han sentido amor por ti, Aruno — murmuró sutilmente buscando llevar la conversación a terrenos mucho más amenos — ¿Qué hay del príncipe Asmekuros?
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Reinos Oscuros, Libro I
FantasyPublicada en físico por UNIVERSO DE LETRAS, sello de la Editorial Planeta, también disponible en Ebook. Registrada en Derecho de Autor, Colombia. Kalyana, la joven princesa heredera de Sarkya se encuentra sumida en la melancolía por los trágicos suc...