Lo primero que Oryana vio surgir de entre los setos y arkones fueron dos sombras veloces que corrían hacia ella y que conocía muy bien. Acarició el pelaje negro de Aneryo mientras Sarkyo la rodeaba, inquieto y daba aullidos por lo bajo. Al parecer, ellos la habían extrañado tanto como ella.
Estaba en el lindero del bosque, no muy lejos del campamento y praticaba su puntería con el arco sobre un tronco muerto cubierto de musgo.
Los caballeros y guardias corrieron hacia ella alarmados, con las espadas desenvainadas al ver a las criaturas. Oryana echó un vistazo fugaz a sus petos y descubrió que todos servían al Rey Taluryo.
—¡Son Derakyos! — dijo —. No les hagan daño y ellos no les harán daño a ustedes.
Los hombres bajaron los hombros un poco, pero habían palidecido y miraban a los Derakyos con los ojos muy abiertos. Oryana no los tomaba por cobardes. Aneryo y Sarkyo parecían haber crecido un poco más desde la última vez que ella los vio y ahora eran casi tan grandes como un caballo.
—Oryana Indarok — dijo una voz.
Ella se volvió y vio que Gaero surgía de entre los espesos matorrales, con su archa sobresaliendo de la espalda y algunas hojas enredadas en su larga melena oscura. Hasta ella llegó el bullicio que emitían las voces de muchos guerreros que venían tras él.
—Gaero Tekkarum — saludó ella con una sonrisa radiante, y le propinó un puñetazo en el hombro a Gaero.
Él soltó una larga carcajada y echó la cabeza hacia atrás.
—Ya no hay nada de princesa en ti — comentó, mirando satisfecho el arco que ella tenía en las manos —. He cuidado a tus bestias como me pediste, pero no hay quien pueda protegernos a nosotros de ellas. Ayer se comieron toda la carne que guardábamos en las canastas y estuvieron a punto de morder al cocinero cuando intentó salvar algo de ellas.
Oryana se mordió el interior de la mejilla y se preguntó si había alguna forma de domar a un Derakyo, y aunque la hubiera, no debían haber demasiados domadores.
—Tendrán que salir a cazar si quieren comer — repuso.
—Salen de caza todas las noches — replicó él —, y vuelven al día siguiente, cubiertos de sangre y con más hambre.
Oryana y Gaero se miraron y ambos pensaron lo mismo.
—¿Han atacado a algún guerrero?
—No, hasta ahora — repuso Gaero y guardó silencio —. Aunque encontramos dos cuerpos despedazados cerca de una aldea pequeña a medida que rodeábamos los Pantanos Negros, tal vez eran granjeros. No tenemos certeza de que hayan sido ellos.
Ella se estremeció y supo que tendría que encontrar la manera de controlarlos si es que no quería que alguien les diera caza. Aneryo alzó la cabeza y abrió la mandíbula dejando al descubierto unos colmillos tan anchos y afilados como una espada.
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Reinos Oscuros, Libro I
FantasíaPublicada en físico por UNIVERSO DE LETRAS, sello de la Editorial Planeta, también disponible en Ebook. Registrada en Derecho de Autor, Colombia. Kalyana, la joven princesa heredera de Sarkya se encuentra sumida en la melancolía por los trágicos suc...