Capítulo 38 🏹 Ceremonia para dos Akeryos

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Lo primero que Oryana vio surgir de entre los setos y arkones fueron dos sombras veloces que corrían hacia ella y que conocía muy bien. Acarició el pelaje negro de Aneryo mientras Sarkyo la rodeaba, inquieto y daba aullidos por lo bajo. Al parecer, ellos la habían extrañado tanto como ella.

Estaba en el lindero del bosque, no muy lejos del campamento y praticaba su puntería con el arco sobre un tronco muerto cubierto de musgo.

Los caballeros y guardias corrieron hacia ella alarmados, con las espadas desenvainadas al ver a las criaturas. Oryana echó un vistazo fugaz a sus petos y descubrió que todos servían al Rey Taluryo.

—¡Son Derakyos! — dijo —. No les hagan daño y ellos no les harán daño a ustedes.

Los hombres bajaron los hombros un poco, pero habían palidecido y miraban a los Derakyos con los ojos muy abiertos. Oryana no los tomaba por cobardes. Aneryo y Sarkyo parecían haber crecido un poco más desde la última vez que ella los vio y ahora eran casi tan grandes como un caballo.

—Oryana Indarok — dijo una voz.

Ella se volvió y vio que Gaero surgía de entre los espesos matorrales, con su archa sobresaliendo de la espalda y algunas hojas enredadas en su larga melena oscura. Hasta ella llegó el bullicio que emitían las voces de muchos guerreros que venían tras él.

—Gaero Tekkarum — saludó ella con una sonrisa radiante, y le propinó un puñetazo en el hombro a Gaero.

Él soltó una larga carcajada y echó la cabeza hacia atrás.

—Ya no hay nada de princesa en ti — comentó, mirando satisfecho el arco que ella tenía en las manos —. He cuidado a tus bestias como me pediste, pero no hay quien pueda protegernos a nosotros de ellas. Ayer se comieron toda la carne que guardábamos en las canastas y estuvieron a punto de morder al cocinero cuando intentó salvar algo de ellas.

Oryana se mordió el interior de la mejilla y se preguntó si había alguna forma de domar a un Derakyo, y aunque la hubiera, no debían haber demasiados domadores.

—Tendrán que salir a cazar si quieren comer — repuso.

—Salen de caza todas las noches — replicó él —, y vuelven al día siguiente, cubiertos de sangre y con más hambre.

Oryana y Gaero se miraron y ambos pensaron lo mismo.

—¿Han atacado a algún guerrero?

—No, hasta ahora — repuso Gaero y guardó silencio —. Aunque encontramos dos cuerpos despedazados cerca de una aldea pequeña a medida que rodeábamos los Pantanos Negros, tal vez eran granjeros. No tenemos certeza de que hayan sido ellos.

Ella se estremeció y supo que tendría que encontrar la manera de controlarlos si es que no quería que alguien les diera caza. Aneryo alzó la cabeza y abrió la mandíbula dejando al descubierto unos colmillos tan anchos y afilados como una espada.

Reinos Oscuros, Libro IDonde viven las historias. Descúbrelo ahora