Capítulo 22. Un salto a mi hogar

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—Te ves realmente contenta, Mal —comentó Ben—. Estoy feliz por eso.

Le estrelló un beso en la mejilla.

—Solo confío en que nos espera algo bueno detrás de esa cúpula —le respondió al castaño. Ben le hizo una mueca escéptica—. Bueno, una fresa después de tanto tiempo no vendrá mal.

—Ya decía yo que había algo más —aceptó Ben, riendo al unísono con Mal.

—Me conoces bien.

—Suban, chicos, es hora de regresar —pidió Evie, lanzándole a Ben las llaves.

Algo apurados por irse, Carlos y Doug corrieron a dejar la lámpara de Genio a la cajuela. Ben le abrió la puerta de copiloto a Mal para que subiera. Ella no dudó en hacerlo. Pero al hacer el ademán de adentrarse al coche de lujo, una manada de gritos se escuchó a lo lejos.

—Con que ya se van, ¿eh? —La chica que habló se iba acercando, con su grupo de amigos detrás—. ¿No se despiden de los viejos amigos?

La muchacha se señaló a ella misma y a su grupo variopinto de amigos. Estaban desde los gemelos Gastones, Harry y Jace hasta otra chica de menor importancia que Mal no recordaba haber conocido.

Haizea dio un paso al frente.

—No lo creímos necesario —respondió Mal—. Supusimos que Yen Sid se los informaría —lo último lo expresó con recelo.

Ben que había estado con la mano en el borde superior de la puerta, se acercó a Mal para tomarle la mano. La muchacha se rió sola ante aquel comentario, mismo segundo en que hizo borrar la última pizca de buen humor de Mal.

Evie pensaba que aquello no pintaba nada bien. Ella también rodeó la limusina para llegar con sus amigos y ver más de cerca qué pasaba.

Mal frunció el ceño.

—Ya lo has dicho, Mal, Yen Sid lo hubiera hecho —bufó—. Es una penas que hay quienes pensamos que debes quedarte atrapada en esta maldita isla, como todos los demás.

—Habla claro, Zea —le recomendó una de sus amigas—. ¿No ves que les quiebras las neuronas? —se burló, pegando el puño con Harry y Jace.

A Carlos ya le habían empezado a caer bien los hijos de los secuaces de su madres, sin embargo, aquel posible agrado se había ido a la basura. Ya que empezaba a entender sus malas intenciones, sospechaba igual que Evie: esos seis de que planeaban algo, lo planeaban.

—Tienes razón —afirmó a la muchacha a su lado—. La princesa piensa volver pero no lo hará.

—¿Ah, sí? —Mal dio un paso al frente. Ben intentó detenerla tomándola del brazo, pero ella le dijo que no se preocupara—. Hmm... es que fíjate que no recuerdo haber pedido tu permiso.

—Oh, eso es terrible. Pensé que éramos amigas —masculló, llevándose las manos al pecho—. Mal, tú no puedes pisar Auradon.

Mal ya tenía el escozor en la garganta ta pero se decepcionó todavía más. Su instinto de que no debía confiar en Haizea siempre fue cierto. Su amabilidad, el acogimiento que les dio en su casa a ella y a Ben, no era más que una artimaña. Las llaves del Castillo de las Gangas era solo otras de sus maneras de engañarlos para no sospechar lo suficiente. Pero parecía siempre tan honesta, que en verdad llegó a dudar.

¿Cuáles eran sus verdaderas intenciones? ¿En ese instante nada más era impedirle el paso a Auradon?

Tal vez la hija de Hades sí deseaba ir a Auradon, pero no confiaba del todo en Ben para que le diera una oportunidad.

Mɪ Bᴇʟʟᴀ DᴇsᴄᴇɴᴅɪᴇɴᴛᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora