Capítulo 29. En el acantilado

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𝓜𝓪𝓵

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𝓜𝓪𝓵

Lo cierto es que deseé por primera vez y con una fuerza terriblemente aplastante no poder escuchar a mi corazón. Las marcas en él eran demasiado claras, demasiado verdaderas, demasiado profundas.

Me seguía sintiendo tumbada en la más horrorosa oscuridad. La oscuridad me había atrapado y amordazado. Esa noche no solamente se llevaron a Ben a quién sabe dónde —lo más obvio era decir que al Refugio de los Perdidos, pero no había certezas—, a mí también, y a mi alma. A gran parte de mi alma.

Esa noche en las bóvedas, casi me desmoroné.

Casi caí de rodillas al suelo.

Casi me derroté.

¿De verdad acababa de pasar... todo eso? Okey, entendía la parte del robo del artilugio, pero la otra no. De ninguna manera. No podía. ¿Por qué venir por él? No tenía sentido. Podrían hacerlo después, cuando ataquen Auradon, cuando el país no sea lo suficientemente poderoso para defenderse. No ahora.

No llores, no llores, no llores, me repetía como bucle en mi cabeza. No lo has perdido. No llores. Estaba temblando. No lo hagas, Mal. Eres fuerte. No llores, no estás rota.

Pero lloraba y sí me sentía rota.

—Mal.

La forma en que ese alguien pronunció mi nombre fue muy dulce, como si yo fuera un vidrio que podría romperse si no me llamaban con la suficiente delicadeza.

Fue la voz de Carlos.

Levanté la cabeza y quise apartarme toda la humedad de la cara para que no me vieran así, débil, como otra persona. Tal vez hasta hubiera preferido que me vieran como esa chica de la Isla que escupía sobre las caras de esos feos duendes, que repudiaba Auradon y a todo quien estuviera ahí, que hacía temblar de temor incluso al piso sobre el que caminaba. Que me vieran como la chica que gruñía y gritaba a gárgolas como una maniática.

Fuerte, audaz, cool.

Yo.

El cómo especialmente Carlos y Evie me miraban, como si no hubiera modo de recuperarlo ya, era lo que no soportaba de permitirles ver en mis ojos.

Les di la espalda y sentí dar el suspiro más pesado, el aliento más costoso de mi vida. Allí estaba yo, siendo una tonta vestida de blanco, estúpida al haber pensado que todo saldría bien. ¿Que no aprendí nada como la hija de la más bruja de las brujas? ¿Maléfica no me lo decía siempre?

Mil veces, Mal, te lo dije: débil, esa eres tú. ¿Entregar todo de ti a un humano, a un... a un príncipe?

Y después se morfaría de mí, se regocijaría de la sensación de mil demonios que le quemaba a su hija. Y yo no me atrevería a darle la razón, no me atrevería a replicarle:

Mɪ Bᴇʟʟᴀ DᴇsᴄᴇɴᴅɪᴇɴᴛᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora