Capítulo 18. El amor verdadero de la Princesa Azul

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Evie

Agarré a Mal por los hombros y la empujé hacia la limusina real, que perfecta y casi intacta estaba aparcada en la calle que daba a la Tienda el Vudú de Freddie. No recordaba lo inundo que era ese lugar. Moho y putrefacción entraba como un olor insoportable a los poros de mi nariz. Tuve la tentación de sujetarme las nariz por los dos dedos de mi mano derecha, pero estaba ocupada viendo la cara malhumorada de Mal. ¿No estaba contenta de que estuviéramos aquí? Y no solo ella, Ben no se mostró muy amistoso por la situación. Pero si es así, ¿por qué?

Doug venía a paso vacilante con Ben, seguro que hablando cosas de hombres, entonces me vino a la cabeza que yo al igual que ellos ocupaba con ansias amenazadoras hablar con Mal. Al llegar a la parte trasera de la limusina, pasé mi mano por mi falda y saqué un control. En él había tres botones, pero le di un apretón al más grande de ellos. Enseguida se oyó el chirrido de la cajuela abriéndose y sin necesidad de voltearme hacia Doug, le di unas llaves que ya llevaba en la mano cuando saqué el control.

—¿Y bien? —Mal nos miró acusadora. Ben se posó a su lado, esperando abiertamente mi respuesta—. ¿Qué hacen aquí?

—Ya les había dicho: venimos a ayudarlos. No piensan quedarse a vivir aquí, ¿o sí? —interrogué con suspicacia. Ellos no pudieron rebatirme con un argumento, así que triunfante continué—: Escuchen...

—¡Cariño! —me llamó Doug desde las puertas traseras del automóvil.

Luego apareció con unas grandes maletas casi bruscamente agarradas. Tuve la impresión de que le costaba cargarlas. Ben y Mal se giraron a verlo. Mal con los ojos abiertos por la sorpresa, preguntó:

—¿Qué tanto traen ahí, Evie? —Y fue a donde Doug para asegurarse si no era solo una treta de sus ojos.

—Ah, ¿eso? —pregunté brutamente—. ¡Bah! Nada más son unas cuantas cosas. No se preocupen.

—Nunca les pedimos que vinieran —Mal se frotó la frente, exasperada. Y buscó apoyo en Ben, quien parecía pensar que su prometida ya se las arreglaba muy bien sola—. Por favor, Evie, váyanse.

Negué con la cabeza.

Estudié la cara de mis amigos. Ambos estaban muy extraños, no obstante, me animé a componer una sonrisa y pasar desapercibida su actitud hacia nuestra llegada. Saqué un maletín grande y color azul con unos cuantos adornos que yo misma le coloqué. Ya advertía que Mal reconocía aquella cajita, así que no me asombró para nada su expresión.

Sin vacilación, se la pasé a Ben y él me la recibió sin objeción alguna.

—Evie, este no es un certamen de belleza —dijo señalando mi maletín, mientras Ben lo examinaba para ver si en verdad era maquillaje—, es la Isla de los Perdidos.

—Lo sé, Malcy, pero una chica siempre debe verse bien —Le di un golpecito en la barbilla y después me paré a examinar su cabello. «¡Ug! Puntas abiertas»—. Y esto —Le puse un mechón de cabello encima de sus ojos— también necesita un cambio.

—Ya te dije que está prohibido tocar mi cabello, Evie. No le harás nada —replicó con los ojos bien abiertos—. Así que no intentes convencerme.

Mal agarrándose un mechón de cabello, se puso justo delante de Ben, como si intentara proteger su pelo. Me reí y recordé porque Mal y yo éramos las perfectas amigas. Yo siempre tratando de perfeccionar su belleza y ella corriendo de mi maquillaje y de los vestidos que le diseñaba (Solo se los ponía para algunas citas con Ben. ¡Qué casualidad! ¿no?).

Me incliné hacia la cajuela para sacar más cosas y mientras los miraba de soslayo, les explicaba.

—Las maletas son muy grandes por traer ropa para ambos —Pasé mi mirada de abajo arriba en Mal y sonreí al ver el modelo que llevaba encima—. Debes estar sufriendo con mi armario. Ya me lo imagino —puntualicé y le puse en las manos un pequeño botiquín. Noté que Mal dejó liberar una sonrisa amplia—. Y Ben, no te emociones, no traje nada de tu usual ropa. Te hice una nueva.

Mɪ Bᴇʟʟᴀ DᴇsᴄᴇɴᴅɪᴇɴᴛᴇDonde viven las historias. Descúbrelo ahora