Bienvenido a Sunforest,
un mundo mucho más viejo que el tuyo,
donde la magia existe,
y la guerra se aproxima.
"Me limité a abrazar aún más mi cuerpo sintiendo su mirada sobre mi nuca poniéndome los pelos de punta. Fue cuando me di cuenta de que n...
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Caí de bruces sobre el pasto. La cabeza me daba tantas vueltas que todo parecía girar a mí alrededor. Respiré hondo y con el dorso de la mano limpié la sangre que me estaba saliendo de la nariz. La boca me sabía a metal y aún sentía el frío invadiendo todo mi cuerpo.
Me senté sobre mis talones y miré mi mano manchada de sangre, fuera de eso no había nada diferente en mi cuerpo, a pesar de que me sentía muy extraña.
—¿Arus?
Volvía a encontrarme en la colina junto a las tumbas de mis padres, completamente sola. No estaba segura de si aquella tortura había funcionado ni qué debía hacer a continuación. Intenté ponerme de pie y las rodillas se me doblaron hasta volver a golpearse contra el césped.
—¿Qué me está pasando?
Respiraba con mucho trabajo y me sentía débil. Decidí no volver a intentar ponerme de pie hasta regresar a la normalidad y me quedé sentada sobre el césped sintiendo el sol en mi nuca.
—Arus —repetí.
El hada no respondió, pero sentí una sensación cálida recorrer mi pecho y ambas manos se alzaron sin que yo se los ordenara. Asustada y como si yo no fuera capaz de controlar mi cuerpo, las palmas se giraron hacia las enredaderas de las tumbas y las rosas se volvieron más grandes de lo que eran.
—Funcionó —susurré maravillada.
Volví a sentir algo resbalando de mi nariz y pasé la mano para deshacerme de la nueva sangre al mismo tiempo que recordaba las palabras de Arus «tengo fe en que usted pueda soportar el hechizo, pero no puedo asegurarlo»
En ese momento una figura apareció de la nada a mi derecha, sobresaltándome. Joham abrió mucho los dos ojos cuando me miró el rostro.
—Princesa, ¿qué sucedió? —preguntó agachándose junto a mí para quedar a mi altura.
—Nada —respondí cubriendo mi nariz con una mano—, es solo que está haciendo mucho sol.
Joham frunció el ceño y me miró con desconfianza.
—No es solo eso —pronunció con cuidado—. Dejé de sentirte.
El corazón me dio un vuelco.
—¿Qué quieres decir?
—Por unos segundos dejé de sentirte, como si hubieras desaparecido de Sunforest —respondió apartando mi mano y examinando mi rostro—. ¿Qué sucedió? —preguntó con más exigencia.
—Nada —volví a mentir.
Joham no apartó sus ojos de los míos, dejándome claro que no me creía nada y estaba intentando descubrir la verdad.