CAPÍTULO 2

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Un calor sofocante me despierta y por un momento me encuentro desorientada hasta que recuerdo la boda de Angie y de Leonardo y que estamos en la cama de un hotel de París.

París... tantos meses pensando en París. En volver. En no regresar nunca. En esos recuerdos de adolescencia que tanto temía olvidar y a la vez volver a afrontar.

Dicen que lo que ocurre en París se queda en París, pero en mi caso me persiguió durante mucho tiempo y por ello tuve frecuentes ataques de ansiedad. Me costó mucho superarlo y esa era una de las razones por las que me mostré algo reticente en regresar, pero era para la boda de mi mejor amiga y su gruñón marido, así que ha merecido la pena.

Consigo darme la vuelta entre los brazos de Tiago que me abrazan como un saco de patatas y me quedo a escasos centímetros de su rostro.

Aún duerme y me permito deleitarme unos momentos para olvidarme de los tristes recuerdos. Su expresión es relajada y se le forma una casi imperceptible sonrisa cuando le acaricio la mejilla con la yema de los dedos.

—Buenos días, pequeña.—masculla con la voz pastosa de dormir.

—Buenos días.—le respondo del mismo modo y sonrío dulcemente cuando esos ojos grises hacen contacto con los míos.

Nos quedamos de esa forma por unos minutos. Sin decirnos nada y regalándonos deliciosas caricias. Nunca había sentido lo que siento cuando estoy junto a Tiago. Debo decir que al principio no estaba segura que lo nuestro fuera a funcionar y aún ahora sigo teniendo mis reservas, pero es de esas personas que irradian luz. Esas que les puedes ver una alma pura y quieren sacar lo mejor de ti. Eso ha hecho Tiago, ha sacado lo mejor de mí o, por lo menos, lo está intentando.

—Quiero hacer algo contigo.—dice de repente como se le hubiera iluminado la bombilla.

—¿Algo como qué?—lo miro con los ojos entrecerrados y sin fiarme ni un pelo de sus ideas descabelladas.

—Ah no, es un sorpresa.—sonríe haciéndose el misterioso y ante mis morros me deja un casto beso y se levanta como un resorte de la cama.—¡Vamos, vamos! Que el día es corto.—da pequeñas palmaditas para despabilarme, lo que me hace reír.

—Tiago, son las diez de la mañana, creo que nos queda mucho día por delante aún.—protesto al ver la alarma de la mesita de noche.—¿No me vas a dar al menos una pista?—insisto viéndolo caminar por el dormitorio con tan solo unos bóxers puestos. Lo que daría para que se volviera a tumbar junto a mí...

—Como si son las siete, solo nos queda un día de estar juntos y quiero aprovecharlo al máximo.—sentencia acercándose hasta los pies de la cama y arrancarme la manta de encima. Chillo sorprendida en parte por el frío que me cala los huesos y por su acto inesperado.—Si te diera una pista estarías todo el camino pensando en la pista y ni te fijarías en lo que quiero que te fijes.

—¿Y eso es...?—incito a que se le escape algo, pero el chico es demasiado listo.

—Yo.—suelto una fuerte carcajada y dicho esto, se mete en el baño.

***
Llevamos, y no exagero, como diez minutos dando vueltas por el mismo sitio. He dejado el libro que estaba leyendo en mi regazo porque, literalmente, me estaba mareando ante tanto movimiento circular. Creo que ya me sé de memoria cada uno de los detalles del arco del triunfo.

—¿Necesitas ayuda para llegar?—le pregunto juguetonamente a sabiendas que me va a decir que no para no admitir su derrota.

—Tranquila, pequeña. Está todo controlado.—trata de sonar firme y convincente, pero entremedio logro percibir un deje de pregunta.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora