CAPÍTULO 62

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Los días posteriores a la nota de Tiago son monótonos. De la casa al trabajo y del trabajo a la casa. Con Christopher y Samuel fuera, solo me queda Nadia, que la intento evitar para no sentirme peor de lo que ya estoy y Dakota que, por razones obvias, no quiero respirar su mismo aire.

Hay días en los que puedo manejar mejor la ansiedad y otros días menos, como por ejemplo hoy. Le he estado dando vueltas al teléfono durante los diez minutos de recorrido hasta el hotel, convenciéndome que llamar a Tiago es mala idea. Me pidió tiempo, tiempo para pensar y aclarase las ideas y se lo voy a dar. Cueste lo que me cueste.

Tarde me doy cuenta que el coche ya se ha estacionado enfrente del hotel y el chofer está esperando a que me baje.

—Que tenga un buen día, señorita Molina.—me saluda amistoso Alfred cuando abro la puerta.

—Lo dudo.—gruño a modo de despedida azotando la puerta más fuerte de lo que debería.

Normalmente, cuando llegaba al hotel me pasaba por recepción y me quedaba diez minutos hablando con Nadia antes de subir y encerrarme en la oficina. Pero desde que me acusó de ser la culpable de todo lo que estaba pasando, no le he vuelto a dirigir la palabra. No más de lo estrictamente profesional. Ya tengo suficiente con solucionar o mío como para preocuparme por haber herido sus sentimientos.

—Violetta.—me llama Nadia desde el mostrador de la entrada y la ignoro.—¡Violetta, espera!—vuelve a insistir y oigo sus apresurados pasos pisándome los talones, así que no me queda de otra que detenerme y escucharla.

Antes de girarme, pongo una falsa sonrisa en los labios y endulzo mi voz.—¿Sí?

—Eh...papeles, quiero decir...han llegado unos papeles.—tartamudea esquivando mi mirada y tendiéndome los papeles con manos temblorosas.

Es curioso como hace menos de cuatro días, a la que le temblaban las manos era a mí. Es curioso lo que un gesto o una mirada pueden hacer.

—Gracias.—farfullo arrebatándole la carpeta de las manos, arisca y sin contemplaciones.

—Violetta.—vuelve a llamarme cuando empiezo a alejarme de ella y tengo que hacer de tripas corazón para no ignorarla y seguir andando.

«No puedes hacer eso. Ahora eres la máxima autoridad aquí, tienes que hacerte respetar.»

—Y ahora qué quieres.—suelto en un suspiro cansado y sin molestarme ha esconder mi desagrado.

Veo como su garganta se contrae y sus hombros se echan ligeramente hacia delante, como si quisiera cerrar los ojos y desaparecer. Lo sé porque yo también he estado ahí.

—¿E-estás bien? ¿Te he hecho algo?—pregunta más asustada que un caballo viendo un camión.

—A parte de lo obvio, no.—me limito a responderle franca y sin emoción.—Ahora si me disculpas, tengo mucho trabajo por hacer.—meneo la carpeta a la altura de mi cabeza para que se dé por aludida.

Parece que Nadia va a decir algo, pero opta por cerrar la boca. Bien, mejor así. No quiero la lástima de nadie.

Enfilo el pasillo dejándola atrás en el vestíbulo y sin dejar que la duda haga mella en mí, me dirijo hacia el despacho de Christopher. Cuando se fue no me dejó ningún tipo de indicación y, a parte de lo frustrada que estoy, tengo que continuar yo sola con los proyectos que ya estaban en marcha. Por algo soy la subdirectora.

El problema viene cuando voy a abrir la puerta, pero esta ya está abierta y dentro oigo una voz que detesto.

Con el mayor sigilo posible, me asomo por el marco de la puerta y confirmo mis sospechas. La arpía de Dakota se ha metido en el despacho de Christopher y aunque mire hacia todos lados para descubrir con quién está hablando, no logro ver a nadie.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora