CAPÍTULO 45

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Cuando digo que no se oye ni una mosca, es que no se oye ninguna mosca después de las repentinas palabras de Leonardo.

Lo único que puedo llegar a percibir es la respiración agitada de este al darse cuenta de lo que ha provocado y de la expresión petrificada de Angie. Si no la conociera tanto diría que le está a punto de dar un ataque, pero en realidad está matando con la mirada a Leonardo, por lo que deduzco que ha sido un desliz, ¡y menudo desliz!

El primero en salir del estupor es Tiago, que se aclara la garganta para romper el hielo y parpadeo varias veces para volver a la realidad.

—Esto...¿He entendido bien?—balbucea rascándose la nuca poniendo una mueca que en su tiempo me pareció tierna.—¿Vais a tener un bebé?

Si pudiera le daría una bofetada y me marcharía de este espacio demasiado reducido para mi gusto, pero tiene algo de razón y yo también quiero saberlo todo.

Esperamos impacientes a que uno de los dos se decida a hablar y esa es Angie, ya que Leonardo aún no se ha recuperado del susto que él mismo ha provocado.

—Sí,—confiesa en un suspiro.—Estoy embarazada. Ese es el motivo del misterioso viaje, queríamos anunciarlo en la fiesta de mañana con mis padres aquí también. Pero por lo visto alguien no sabe cerrar la boca en los momentos oportunos.—añade mi amiga dirigiendo una mirada acusadora a su marido y este solo la mira algo espantado y con las manos en alto.

No puedo evitar mostrar una pequeña sonrisa que se me forma en la comisura de los labios al contemplar semejante escena. Se nota que están enamorados y eso me hace inmediatamente feliz.

Cuando alzo la vista, me encuentro con los ojos grises de Tiago e inmediatamente se me borra la sonrisa de los labios. Me recuerda el por qué estamos aquí en el despacho en vez de paseando por el jardín o por las calles de Italia.

—Muchas felicidades, rubia.—le doy la enhorabuena abrazándola efusivamente para después hacer lo mismo con Leonardo.

Nunca se me ha dado bien reaccionar a estos momentos y mi mente está cubierta por una neblina que me impide pensar claro.

Siento como los ojos de Tiago me persiguen por toda la estancia y llega un punto en el que me es complicado incluso respirar.

Me tomo unos segundos para contemplar la agridulce escena. El rostro de mi mejor amiga no puede ser más radiante y se nota a quilómetros lo mucho que Leonardo la adora. Se tienen el uno al otro.

Tiago, en cambio, no abraza a ninguno de los dos, solo se limita a darle la mano y palmearle la espalda de Leonardo y a dirigirle un mueca parecida a una sonrisa a Angie, pero dicho gesto no es devuelto.

No puedo presenciar más esto. Se suponía que iba a ser un viaje inolvidable y lleno de alegrías (no con tantas sorpresas, eso está claro), pero feliz al fin y al cabo. Sin embargo, ha terminado siendo uno que, pese a todo, me gustaría poder olvidar y volverme cuanto antes de Washington. Al menos allí estaría a salvo de él.

—Perdonadme, esto es demasiado.—mustio con un hilo de voz antes de salir corriendo por la puerta del despacho.

No me conozco la casa y no sé si este es el camino hacia la salida, pero no me importa, ahora mismo solo necesito estar lejos de todos y de todo. Sobretodo de Tiago.

Mi corazón no puede sanar si lo tengo enfrente a cada hora del día. No puedo superarlo si tengo que conversar con él como si no hubiera pasado nada. Literalmente nada. Como si nunca nos hubiéramos conocido, incluso como si nunca nos hubiéramos enamorado. ¡Qué digo! La que me enamoré como una mocosa adolescente fui yo, para él no fui más que una distracción pasajera.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora