EPÍLOGO: Segunda Parte

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POV CHRISTOPHER:

Fuera esta lloviendo, mucho. Caen piedras que rebotan contra los cristales y amenazan con hacer añicos las débiles ventanas del piso superior. O al menos eso es lo que dicen algunos locos. Las personas sanas, en cambio, estamos seguros que el sol brilla en su punto más álgido filtrándose a través de dichas ventanas.

Si todo se queda en silencio, puedo escuchar el lejano cantar de los pájaros y la tenue risa de inocentes niños correteando por el parque.

Hoy es un nuevo día, aunque aquí dentro a penas se nota. ¿Por qué no nos dejan salir a la calle? Tengo una familia que me está esperando y seguramente se estará preguntando dónde estoy.

—¿Eres Furia?—pregunta un hombre corpulento y completamente tatuado llegando a mi catre.

—El mismo.—me incorporo ajustándome la chaqueta naranja y viéndolo a los ojos con la misma inexpresividad con la que me devuelven su iris negro

No es conveniente que sepan mi nombre real. Nadie aquí puede saberlo, es un secreto. Tengo que proteger a mi familia de esta gente peligrosa.

—Tengo nueva información del paradero de su esposa.—sus palabras, por huecas que suenen, son como un tónico para mí y cuando me abalanzo a coger las imágenes, las aparta de golpe y me retuerce el brazo.—No tan deprisa, fiera. Todo aquí tiene un precio.—sisea a milímetros de mi oído y me estremezco disimuladamente.

—Estoy dispuesto a pagar lo que sea, pero necesito esa información cuanto antes.—espeto soltándome de un golpe seco. Noto el deje desesperado en mi voz, pero no le doy importancia, seguro que él no lo ha notado.

Los guardias o, como me gusta llamarlos, nuestros protectores, pasan cada diez minutos a revisarnos la tensión. Así que hay que darse prisa cada vez que queremos intercambiar información. No es mi primera vez, pero siempre hay que ir precavido.

—Hay un guardia que está empezando a sospechar de mí.—mustia tras asegurarse que estamos solos y, mirando a todos lados, se inclina lentamente hacia mí.—Quiero que te deshagas de él.—tengo que esforzarme por mantener el rostro inexpresivo y no demostrar lo mucho que me ha sorprendido y alterado su pedido.

—¿Te refieres a matarlo?

—Haz lo que te parezca mejor,—me corta brusco y me quedo dudando. Un error que me pasa factura.—pero solo tienes dos días o tu querida esposa muere.—silba apretando la mandíbula y es como si me hubiera presionado un detonante. Le salto encima sin importarme el ruido que podamos hacer.

Lo cojo por el cuello y lo mantengo en el suelo con mis manos presionando con fuerza su tráquea para que no pueda pasar el aire.—Ni se te ocurra tocarle un pelo a mi esposa o te mato sin pestañear.—escupo notando como aumenta la presión sanguínea en mi cerebro. Estoy fuera de mí y empiezo a ver puntitos rojos por todos lados.

Me araña, patalea e intenta levantarse, pero hago presión con todo mi cuerpo encima y se queda inmovilizado.—Entonces cumple tu parte del trato.—balbucea con ira y dificultad. Quiero presionar más. Que sufra más.

¿Cuanto tiempo puede durar una persona sin respirar? Estoy dispuesto a comprobarlo, pero las repentinas voces de nuestros guardias me lo impiden. Lo suelto de inmediato. No quiero ir de nuevo a la habitación helada.

Al soltarlo, empieza a toser agitado sobándose el lugar que he estado presionando tanto y me mira con una mezcla de odio y respeto. Desde que llegué a este sitio, me he estado preparando para situaciones como estas. Aquí dentro nunca se sabe.

—Estás loco, tío.—boquea con la voz ronca y escupiendo en el suelo. Cierro los puños para no golpearle y obligarlo a limpiar el suelo que ha manchado con su asqueroso fluido con la lengua.

DOBLE MENTIRADonde viven las historias. Descúbrelo ahora